DOS

51 25 15
                                    


La libreta de entre mis manos está fría. Trato de contar las latas que quedan en la conserva y enumerarlas en ella antes de que lleguen. Termino de hacerlo y me doy cuenta de que tenemos mucha menos comida que los días anteriores. Las piezas metálicas que a veces están llenas, hoy están muy vacías.
Contengo la respiración por unos segundos y llevo una de mis manos hacia mi rostro para masajearme la frente.

Tener tantas vidas a cargo es un frecuente dolor de cabeza.

Cada vez somos más, necesitamos alimentar a los niños y a los ancianos dándoles prioridad a ellos. Pero si seguimos así...dejo salir un suspiro y apoyo mi cabeza en uno de los fríos y duros estantes. Todo se está yendo a la mierda.
Tengo que planear una nueva expedición cuanto antes y no me importa que Weylin quiera oponerse, después de ver la poca comida que queda espero que entre un poco en razón.
Un chiflido en la entrada de la habitación me saca de mis pensamientos y me obliga a ir hacia allí.

Ya llegaron.

Con un grupo de personas designadas nos encargamos de pasar por la entrada. Al hacerlo nos obligan a formar una fila para escanearnos, luego mostramos el tatuaje real y salimos a recoger las cosas. No más de cinco minutos.
Siempre es igual, no podemos andar libremente por la ciudad ni salir de acá abajo cuando queramos. Tenemos protocolos y horarios que cumplir, aquel que no lo haga, será ejecutado como castigo.

Dos guardias reales nos miran atentamente mientras bajamos los cargamentos de comida de esta semana. Varios hombres y mujeres forman filas mientras se van pasando los cajones con los alimentos que el reino nos manda. Cada vez son menos.

Esto no alcanza, no alcanza.

Tengo a un chico alto de pelo ondulado delante y a una señora bastante mayor atrás. Tomo el cajón que me entregó y me giro rápidamente a pasárselo a la señora. Una gota de sudor corre lentamente por mi espalda, la remera ya se empieza a pegar a mi cuerpo. Me frotó el cuello mientras espero a que me pasen el próximo cargamento. Tengo las manos rasposas y los brazos cansados pero detenerse es un lujo que nadie puede darse. Si no sacamos los cajones en esos cinco minutos, los que quedan se los llevan. Como castigo por no cumplir, claro.

Un hombre mayor que se encontraba en la fila a unos metros de mí se le cayó la caja que sostenía tirando varias latas al suelo. Quise moverme para ayudarlo pero una pistola se apoyó en mi espalda.

-Segui con lo tuyo y no te metas- me dijo el guardia

Emití un gruñido como respuesta y estaba a punto de contestarle cuando otro guardia golpeó al hombre y este se abalanzó sobre él. Di un paso hacia ellos para poder ayudarlo pero el custodia a mi lado me tomó del brazo y me impidió seguir avanzando. Intenté zafarme de su agarre mientras otros guardias armados aprendieron al hombre y lo separaron de nuestro lado. En el momento en que lo hicieron se escuchó un ruido sordo por todo el lugar y luego, el cuerpo del hombre cayendo sin vida a solo unos metros de nosotros.

Me quedé paralizada por un momento mientras observo como la sangre roja mancha el suelo bajo mis pies y un sentimiento de culpa y dolor se me quedó atorado en la garganta.

                                    ******
Tengo la mirada fija en la gran foto que cuelga de la esquina de la habitación. Las cuatro hermosas sonrisas de la familia real me dan ganas de vomitar. Ese poster lo veo cada maldito día, acá y en todas las esquinas de la ciudad. Estamos obligados a no sacarlos. Las cuatro cabelleras rubias con sus ojos oscuros me miran intensamente queriéndome arrancar el alma, pareciera que buscan salir de él y comerme viva.

Yo ya los hubiese quemado.

Una vez lo intenté cuando tenía trece años. Me ataron por dos días en un calabozo y me golpearon. Las cicatrices de mi espalda me recuerdan día a día las consecuencias. Creen que por tener presente sus caras en todo el lugar es una forma constante de recordarnos quien es el que manda.

Una Ciudad De Polvo y Huesos [1] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora