Lady Beckett

|49| Pleitos, risas y placer

Derek sonríe al antojársele muy cómico el puchero que la muchacha dibuja con sus labios mientras examina la situación del tablero. Cuando la observa tocar un peón se tienta a decirle que ya está obligada a usar esa ficha, pero se lo deja pasar cuando decide a moverse con un alfil.

Tan pronto ella le cede el turno, no tarda en retomar su parloteo.

Si de algo se ha dado cuenta durante estos últimos días es que Lady Cheryl es una incansable máquina de palabras. El silencio parece incomodarla y habla hasta por los codos. Desde los más desatinados disparates que lo hacen a él desternillarse de la risa y poner en tela de juicio su cordura, hasta el mayor derroche de sabiduría en sus palabras que lo hacen admirar su indiscutible madurez.

—¿Dices que todavía falta una semana más? Jope—La oye resoplar.

—Es lo que he dicho.

—¿No estarás más bien minimizando el tiempo para no agobiarme?

—Creo haberte dicho que sería muy honesto contigo. ¿así vas a desconfiar de todo lo que te diga?

Llevándose por delante su alfil con uno de sus caballos, ahora la mira morderse el labio inferior mientras se deshace de un suspiro.

Una de las continuas corrientes de brisa que el portillo hace filtrar en el camarote sopla ligeramente sobre las ondas de su melena y ella se las recoge a un lado, inconscientemente provocándolo cuando le da una atractiva perspectiva de su cuello.

De hecho, aun sin proponérselo, la bendita muchacha es capaz surtir un efecto estimulante en él ante cualquier gesto y movimiento que haga. Como esa típica manía de mordisquearse sus propios labios al ponerse pensativa o ese sensual arco que forma su cuerpo al echarse hacia atrás en mitad de un episodio de risa cuando algo la divierte o de frustración cuando algo la perturba. Y ya ha comprobado que todo le da risa, y que suele frustrarse de igual manera fácilmente.

Convivir con lady Beckett durante los últimos días ha sido más que desafiante para él.

Y es que las situaciones confrontativas no dejan de trastornarlo. Por ratos ha querido estrangularla, zarandearla para callarle la boca, echarla a rastras de su camarote y puede que incluso haya querido tirarla por la borda. Y por otros tantos ha deseado pasarse las madrugadas escuchándola contarle sobre mil cosas, no queriendo despegársela del costado y teniendo una terrible afición a
hacia el sonido de sus carcajadas.

—¿Tan pésima te sigue pareciendo la travesía, milady, que ya ansías darle fin? —Rompe su ensimismamiento— Tomando en cuenta las nuevas circunstancias y el cambio de condiciones...

La socarrona sonrisa que le dirige y el trasfondo de su comentario hacen que ella también sonría.

—De ello no me quejo en lo absoluto, capitán—Le clava esa pícara mirada suya.

En esto tiene razón. No podría quejarse jamás del brutal giro que han tomado las cosas desde el día en que osó adentrarse a su camarote con la única intención de buscarse respuestas sin esperarse llevarse también por encima las defensas del hombre al hacerlo claudicar.

Ha pasado de vivir un suplicio tragándose su silencio y su evasión a recibir su petición de venirse a trasladar con él. Ha pasado de sufrir su frivolidad a saborear día tras día su fogosidad.

Kioshi no puso reparos cuando Derek le expuso la exigencia de mantenerlos cautivos juntos a partir de ese día y tan solo se limitó obedecer sin decir nada con una cómplice sonrisilla en lo labios.

Desde entonces le ha llevado raciones dobles de comida y ha reducido la frecuencia de sus visitas con temor a encontrarse con alguna indeseada escena.

También ha reducido sus clases de combate asiático con el hombre y sus partidas de ajedrez con la mujer, consciente de que el capitán ahora tiene mejor pasatiempo en qué gastar sue energías y que la señorita ahora tiene mejor compañía de juego.