|54| Tensión en la casa del yanqui

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La respuesta que recibe es una ágil y violenta trompada en la mandíbula por parte de Lord Gerald.

Y no quedándose satisfecho, el marqués se propone a descargar sobre él toda una retahíla de puñetazos, tirándolo al suelo y enseguida provocándole cardenales en los pómulos, cortándole un labio y haciéndole emanar un hilo de sangre desde la nariz.

Derek no opone resistencia y se deja amasar al antojo del inglés, sabiendo que inevitablemente ya fuese tarde o temprano iba a tener que afrontar el furor del padre de la muchacha.

Ni siquiera intenta defenderse cuando, ya tendido en el asfalto, comienza a recibir sus bruscos puntapiés.

—Ya está bien, Gerald—Pronuncia el mayor.

—Déjame algo a mí para después, hombre—También interviene Lord Landon con una sonrisa maliciosa.

Las voces de sus hermanos finalmente lo aplacan y con su respiración agitada termina por encestarle la última patada en la costilla, haciéndolo retorcer, antes de alejarse y limpiarse los nudillos con su camisa.

—Habrás de imaginar, yanqui—Comienza a hablar Lord Elton—que, aunque te hayamos salvado el pellejo en manos de tu enemigo, igual no íbamos a dejar que salieses ileso de nuestras manos. Estoy seguro de que entenderás que el frenesí de mi hermano ha sido necesario para compensarse el pesar que ha  sido para él ver a su hija involucrada de esta atroz manera en un conflicto tuyo.

Aunque gimiendo y poniendo muecas ante el dolor en sus costados y en las contusiones de su cara, Derek se propulsa a levantarse para volver a encarar a los ingleses esta vez con su semblante endiablado.

Limpiándose la sangre de la nariz con su antebrazo y luego tanteándose con los dedos el corte en el labio, los mira despectivamente al estacionarse desafiante frente al marqués.

—Dejadme aclaraos dos cosillas, señores míos. En primer lugar, no considero que debáis realmente alardear de haberme salvado ningún pellejo. Creo que habéis presenciado muy bien la situación como para entender que, de haber querido yo, me habría salvado por cuentas propias.

—Nos quedó muy claro que te pusiste al antojo del sable del japonés por no dar tu brazo a torcer con tu bendito barco. Por ello te hemos salvado el pellejo, gran imbécil. ¿Cómo crees que se sentiría tu hermana si llegase a enterarse de tu temerario acto suicida? —Replica su cuñado, encestándole otro puño que lo hace gemir, pero se mantiene férreo en el mismo sitio.

—En segundo lugar—sigue hablando como si nada— que Cheryl se haya visto desgraciadamente enredada en este lio no ha sido culpa mía. Yo jamás hubiera consentido que fuese arrastrada a esto. Y creo que está demás deciros que, aunque os cueste admitir, fue ella quien se involucró solita. Bien sabéis que fue por su imprudencia al ir detrás de mí que fue interceptada por mi verdugo.

—Directa o indirectamente has sido el único culpable, Evanson—Refuta el duque— La niña no hubiese cometido la imprudencia de ir detrás de ti si tú realmente hubieras hecho lo que nos prometiste que harías: evadirla. Pero bien sabes que estamos enterados de que, más que esquivarla, te atreviste inclusive a corresponderle a su seducción. ¿O acaso piensas tú que besarla es un método propicio para desalentarla?

—Precisamente porque recapacité de mis insensateces y me propuse evadirla a toda costa fue que la muchacha quiso ir en mi búsqueda a razón de mi distanciamiento.

—¿Así es como piensas justificarte, yanqui?

—Ya tendremos tiempo de hablar tú y yo, Evanson—Interviene Lord Gerald—Por ahora lo único que me interesa es ver a mi hija. ¿Dónde está?

Lady BeckettDonde viven las historias. Descúbrelo ahora