|50| Una nueva negociación

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Entre rencillas, carcajadas compartidas e insaciables derroches de placer, transcurren los siguientes ocho días y ocho noches.

Disputándose como perro y gato por momentos y fusionándose en un solo cuerpo por otros tantos.

Tardes en las que, entre relatos y anécdotas, han dado vida a inagotables parloteos y al confrontativo intercambio de sus opiniones y sentires sobre los triviales tópicos que les salen a colación.

Noches en las que el colchón de la litera, la madera del piso y las esquinas de las paredes han sido testigos de su apetito y de la inextinguible llama de pasión que arde entre ellos.

Y mañanas como esta, en las que a pesar de la rareza que les supone a ambos amanecer con compañía, se han tenido que acostumbrar a compartir una misma cama y a asimilar la presencia del otro a su lado al despertar.

La primera en espabilarse hoy ha sido Lady Cheryl, sobresaltándose por los toquecitos de Kioshi a la puerta cuando ha venido a traerles el desayuno. Se ha comido su ración sola por querer permitirle a él más tiempo de sueño. Es consciente de que no fue sino hasta muy tarde en la madrugada cuando, después de haber concluido la discusión de un tema y luego quedar exhaustos de hacer el amor, pudieron echarse a dormir.

Derek se despierta una hora más tarde, sintiendo las caricias de los dedos de ella trazando círculos sobre su pecho descubierto y esclareciéndose la vista para encontrársela con la cara apoyada sobre su propia palma, inclinada hacia él y mirándole enaltecida.

Ella le sonríe cuando él bosteza y termina por abrir sus ojos al completo. Ahora lleva sus caricias hacia su mandíbula.

—Hola, yanqui—Le deposita un beso en el pómulo—Buenos días.

Él se deja conmover por la imagen de la muchacha cuando la ve incorporarse parcialmente hasta quedar sentada a su lado. Se maravilla con esa pícara y a la par dulce sonrisa que siempre dibuja para él, y se deja traspasar por esa tierna y a la par sensual mirada suya.

Se deja trastornar por su esencia, acabada de despertar, tan sobria y risueña, tan niña y tan mujer.

—Buenos días—Las palabras le salen casi mecánicas, como si no planease decirlas, pero aún así tuviesen un fluir propio.

También se yergue hasta sentarse y quedar frente a ella, devolviéndole el beso, pero el suyo en la boca.

—Kioshi ha traído el desayuno. Ya se te ha enfriado un poco. Pero no quería troncharte el sueño.

—¿Merluzas otra vez?

—¿Tú que crees? —Se ríen— Pero creo que esta vez le han echado una piza más de sal al arroz.

—Ya lo juzgaré por mí mismo—Replica cuando ella le pasa el plato para ponérselo encima de su regazo cubierto por la colcha.

—Iré a ducharme mientras te desayunas—Avisa mientras se apea de la cama.

—¿No podrías esperarme y así lo hacemos juntos?

—No seas tan libidinoso, hombre—Le reprocha sin evitar colorearse cada vez que él demuestra su chulería. Ha resultado que puede llegar a ser igual de pícaro y fanfarrón que ella.

—¿Es que acaso tú te sacias, milady?

La mira de tal manera que ella no reprime una sonrisa mientras se encamina a la esquina del camarote donde suelen colgar entre dos clavos una cortina cada vez que desean asearse, utilizando el agua de una cubeta, el trapo y el jabón provistos por Kioshi.

Para cuando Lady Cheryl descorre la cortina, secada y embutida en otra túnica, el yanqui ya ha acabado con su ración y lo encuentra de pie, absorto mirando el horizonte por el portillo.

Lady BeckettDonde viven las historias. Descúbrelo ahora