|31| Hombre muerto

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Con renovadas copas de brandy en la mano y todavía apoyándose cada uno sobre una de las cuatro columnas laterales que enmarcan la gran terraza en donde se está dando lugar la improvisada pista de baile, los hermanos Beckett continúan escudriñando maliciosamente a su detestable pariente político.

—Me está fastidiando su inacción, joder. Ahora se me antoja saber el meollo del chisme, pero al parecer el sujeto no tiene más intención que la de seguir frunciendo el entrecejo y mantenerse estático allí—Comenta lord Landon, dibujándole una muesca a su cuñado— ¿Crees que deberíamos acercarnos y premiarlo con nuestras gratas presencias? Seguro se pondrá muy contento de vernos.

—Calma, hombre. En algún momento se decidirá a hacer algo más que exhibir su cara de arisco. Si nos aproximamos ahora para azuzarle, se cohibirá de hacer cualquier cosa y así nunca sabremos qué o quién lo ha motivado a venir.

—Lo que sucede, viejo, es que aún no doy crédito a tu desatinado diagnóstico. Me niego a creer que el yanqui esté aquí en persecución de alguna mujer en específico. Y aún mucho menos que la razón de su mirada fulminante sean unos presuntos celos. Los celos implicarían sentimientos y ese hombre...no siente...—Suelta un burlesco bufido que hace reír a su hermano.

Cuando los músicos dan por concluida la melodía, al instante vuelven a armonizar el ambiente con una nueva. Es por ello que por un momento la pista se despeja parcialmente mientras las señoritas cambian de compañía y algunas parejas se retiran a la vez que otras llegan.

—Finalmente tu curiosidad será satisfecha. Por lo visto tu querido cuñado se está determinando a hacer algún movimiento—Advierte el duque, señalando con el mentón al Evanson, quien ha dejado su rincón para dirigirse hacia una esquina de la pista.

Gracias a la altura del hombre, ambos pueden ver como se abre paso entre las parejas posicionadas, pero por desgracia no logran enfocar a su objetivo.

—¿Consigues avistar a la desdichada damisela a la que el yanqui le ha echado el ojo? —Pregunta lord Elton.

—Tampoco la diviso aún. La pista está abarrotada. Pero no te preocupes. Solo será cuestión de tiempo para que podamos averigu... ¡Es hombre muerto! ¡Maldito yanqui! ¡Lo haré degollaré y lo haré tripitas!

Los hermanos Beckett logran vislumbrar el distintivo vestido amarillo y el prolijo moño rojizo de su acompañante al mismo tiempo. Deshaciéndose al instante de sus copas, colocándolas en la bandeja de un solícito mozo que les cruza enfrente, se tardan apenas unos segundos en identificar a la joven.

Landon es el primero en hacer el ademán de abalanzarse hacia la pista, pero es rápidamente atajado por Elton cuando este lo toma por el antebrazo para hacerlo retroceder.

—Hay que apelar a la sensatez, hombre. No hay que precipitarnos a especulaciones inconcebibles. Bien sabes que nuestra pequeña sobrina es demasiado joven para el Evanson. ¡Razona! ¿Realmente lo crees capaz de apuntar sus fichas a una inocente niña como Cheryl?

Pese a la llamada a la reflexión de su hermano, la expresión de Landon se hace cada vez más sombría y las venas empiezan a calentársele.

—¿Acaso estás defendiéndolo, copón? —Le mira severamente— Si tú mismo has puesto en juego tu teoría de que ha venido aquí por...

—Sé lo que he dicho y no estoy defendiéndolo—Interviene el otro—Sólo estoy viéndole lo absurdo al asunto. A pesar de mi diagnóstico, tú has dicho que, según tu querida esposa, tu cuñado suele tratar indiferentemente a las mujeres y solo va en sus búsquedas por placer ¿no es así? Pues eso. Habría de preferir sin dudas a alguna dama amaestrada y no a criaturitas ingenuas. Puede ser todo lo malo que queramos ponerle, pero no lo considero un depravado.

Lady BeckettDonde viven las historias. Descúbrelo ahora