Lady Beckett

|60| Un fresco rocío sobre tierra árida

Derek le ha cortado el rollo al recriminatorio sermón de su hermana, descomponiéndola al tragarse sus palabras.

—¿Qué has dicho?

Contra todo pronóstico, al mirarlo fijamente con la intención de asimilar lo oído, Lady Evelyn se ha turbado al notar como la piel de su hermano se le ha teñido de un rojo encarnado, con toda la sangre agolpándosele en la cara. Lo ha oído resoplar un jadeo como si haber pronunciado tales palabras le hubiese costado fuerzas inhumanas.

—No tengo otra manera de identificar lo que Cheryl ha despertado en mí, que sin dudas va más allá de una mera atracción, Lyn. Puedo ser todo lo brutal que quieras, pero no soy egoísta. Te juro que no me hubiera tentado a tocarla si únicamente me hubiera movido el apetito por hacerlo. A estas alturas soy incapaz de negar que esa muchacha ha estimulado algo más que deseo en mí. Y es por esto que no he tenido margen de resistencia con ella.

Lady Evelyn ha demorado en asimilar la confesión de su hermano, y más que oírlo, lo ha leído en sus acristalados ojos que la han mirado con fijeza, con esa misma cómplice y confidencial manera en la que antes solía sentarse con ella mientras le hablaba de aquella maldita mujer que sacudió sus cimientos.

Ha podido vislumbrar un atisbo de esa antigua efusión, el ardor flameando en su piel, su corazón volviendo a hervir y derritiéndose las escarchas. Sus pálpitos recobrando ritmo, avivándose en su pecho.

Es la impresión que ha tomado Lady Evelyn al notar el desespero en su mirada, su respiración arrítmica y esa sensación de ansiedad en él que parecía hormiguearle y lo hacía removerse inquieto.

Una clara resurrección del cuerpo inerte de Derek.

—Vaya—Es lo único que le ha salido decir al despedirse de un suspiro de pasmo.

Si bien ella ya había previsto algo, alguna esperanza, algún rayito de luz, algunas grietas abiertas, lo cierto es que no había puesto toda su fe en ello.

Había querido apostar que la muchacha en cuestión tendría el fulgor necesario para alumbrarle las tinieblas a su hermano, pero no daba por sentado que lo lograría.

Porque no sabía hasta que grado Derek estaba trancado ni si Cheryl realmente podría arrancarle esos cerrojos.

Pero el resultado, por lo visto, ha sido en mérito a la arrolladora dulzura y la indudable gracia de su sobrina y la manera en que al parecer sí ha logrado sacudirle las trincheras a su hermano.

—¿Vas a ayudarme, mujer? —Le ha insistido cuando su hermana, aún pasmada, solo se ha quedado escudriñándolo— Yo no quiero seguir amargándome más, Lyn. Quiero ser feliz. No quiero privarme de ello. Necesito darme una oportunidad. Y sé que solo puedo intentarlo con Cheryl. Ella me ha prometido y ofrecido tantas cosas, Lyn, que te juro que yo no puedo quitarme una maldita espina de ilusión ante cada una de sus propuestas. Esas de endulzarme y brindarme lo que me hace falta. Y ya he probado un poco de todo eso ¿sabes? Hemos compartido camarote durante las últimas dos semanas hacia América. Me ha dado a saborear un poquito de su miel, de ella, de su entrega, y, joder, he experimentado algo cercano a la felicidad. Placer y armonía a una misma medida. Quiero más de eso, Lyn.

Derek ha tragado saliva al sentir la reacción de su cuerpo engranujándose, como un tipo de confirmación de su piel tras haberle dado sonido en voz alta a sus sentimientos.

Esos sentimientos que ya ha tenido la oportunidad de elucidar durante esta última semana de regreso a Londres después de su conversación con su primer oficial.

De alguna forma Boris lo obligó a darle mil y una vuelta al asunto, a descifrarse y sobre todo a no engañarse a sí mismo sobre lo que tiene dentro.

Y Derek ha llegado a la jodida conclusión de que lo que tiene muy dentro, arañándole las entrañas, son unas benditas ganas de que esas dos semanas junto a Cheryl se repitiesen. Independientemente del escenario o las circunstancias, tan solo volver a sentir cada sensación de esas que experimentó al tener todos los días su compañía.