Epílogo

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—¡No es posible que no te gusten las endrinas!

—No me gustan y punto. ¿qué con eso?

Lady Beckett le clava una mirada incrédula al hombre que la está estorbando desde atrás al proyectar su sombra sobre la tarta a la que ella intenta aderezar con jalea de los frutos azules.

—Vaya espécimen más raro estás hecho, Evanson.

—Por los mil demonios, Cheryl. ¡Te digo que detesto el sabor de esa porquería! —Le reclama al ver que ella le hace caso omiso— Si es un bendito pastel de grosellas, ¿por qué tienes que ponerle mermelada de endrinas? 

—Me importa un rábano que te gusten o no. Está rica y la probarás. No puedes ser tan quisquilloso, hombre.

—¿Te divierte esta faceta despótica, eh, mujer? Pues te digo que solo la toleraré mientras tengas a mi hijo allí dentro. Tan pronto des a luz, te demostraré quién es que debe tomar cartas en los asuntos.

—Sí, sí. Como digas. Ahora haz silencio y abre la boca.

Cortando un pequeño trocito de la tarta untada de la mermelada, la muchacha se estaciona frente a él y entorna sus ojos de manera desafiante para obligarlo a aceptar el bocado. Resignándose para complacerla, lo acepta a regañadientes.

—¿Qué tal?

—El agridulce es simplemente detestable, Cheryl—Responde sin reparos.

—Vaya que no tienes gusto en el paladar—Le da un manotazo en el pr hasta cuando él pone una muesca al saborear la mezcla.

Se voltea para cortar otro pequeño trozo para sí misma, llevándoselo gustosamente a la boca. Sin embargo, tan pronto cata el jugo ácido de las ciruelas silvestres en la lengua, el estómago se le revuelve. Le da una arcada y se obliga a escupir el bocado cuando presiente esa desagradable sensación nauseabunda a la que todavía no se acostumbra.

Se irrita al ver la burlesca sonrisa que adorna el rostro de Derek cuando ella se gira hacia él con cara asqueada.

—Ya veo que mi pequeño ventarroncito concuerda con su padre en cuanto al horrible sabor de las endrinas. Tampoco parecen gustarles ¿no es así? —Se ríe— Mira que eres egoísta, Cheryl. Has de saber que ya no puedes decidir por ti misma, si ahora sois dos.

—Válgame Dios si este bebé hereda cualquiera de tus tendencias, manías y complejos. ¡Que el señor me libre de que nazca con tu temperamento!

—Lo mismo imploro yo. Solo queda ver a cuál de nosotros el señor le escucha la plegaria.

—Tira esa inmundicia a la basura. Le encomendaré a Irene que nos prepare unos bollos—Dice, enturbiándose la cara.

Derek ataja su intención de abandonar la cocina y, estampándola sutilmente contra la alacena, le besa con dulzura en la boca.

—No te sofoques, amor mío.

Y ya con esto acaba de ablandarla.

Durante las dos últimas semanas, la muchacha ha estado con las hormonas alterándoles terriblemente los ánimos, o al menos eso ha dicho el médico cuando en su reciente visita ha indicado que su humor cambiante es consecuencia de ya tener un mes y siete días de gestación.

Derek suele tratar de complacerla a toda costa para evitar encresparla, pero la verdad es que tampoco puede evitar provocarla de vez en cuando y disfrutar azuzándola. A fin de cuenta la mayor parte del tiempo se la pasan arañándose como perro y gato.

No habría de esperarse menos. La convivencia juntos no ha sido más que una mera extensión de esas dos semanas en alta mar en las que los días le transcurrían entre pleitos y placer.

Lady BeckettDonde viven las historias. Descúbrelo ahora