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La habitación se encuentra vacía, no hay rastro de Escarlata e imagino que está preparándose o en el bar, ¿Pier la abra visto sin mascara? Lo dudo. ¡Dios, Pier! Hoy tendré que hablar con él. ¿Antes o después de la fiesta? No es un buen momento para eso.

Intento dispersar mi mente, camino hacia el baño y antes de que comience a desvestirme escucho la puerta abrirse, no me giro, sé que es ella.

—Desnúdate —ordena, le miro de inmediato confundida, pero no me está mirando, camina con prisa hacia mi lado y con su mano me corre hacia atrás, rebusca en el cajón de mi ropa aquel pedazo de tela que va a cubrir mis ojos, espero, no sé qué hacer... y parece que mi voz me abandona cada vez que la tengo cerca. Me la extiende, pero no me mira y eso me parece raro. Correspondo con lo que me pidió y espero a que haga algo. Escucho el metal de la marcara golpear el mármol de la mesada, de su boca se escapa un suspiro y trago saliva, quiero verle o que simplemente haga algo, un movimiento, algo. —Desnúdate

Asiento, la oscuridad que cubre mis ojos me estremece, trago saliva y comienzo a quitarme la ropa con cuidado, es difícil cuando tengo los ojos vendados y alguien me observa. Su respiración es pausada, tranquila y suave, deja de ser una espectadora, se ha cansado de verme e interviene. Sus manos encuentran el borde de mi pantalón, desprende el botón y lo desliza hacia abajo.

La yema de sus dedos se desliza por los costados de mis piernas, se elevan hacia arriba y terminan en la desnudez de mi abdomen. Me acaricia con tanta suavidad, no sé si debo decir o hacer algo, pero lo único que siento es como me estremezco ante su tacto. Pier nunca me hizo sentir de esta forma, nadie, en realidad, ninguno de los chicos con los que estuve antes y eso me provoca un sentimiento de culpa. Permitirle que sus toque mi afecten, le estoy fallando a Pier...

Subo mis manos, detengo su tacto, ella no dice nada, pero estoy segura que me mira y entiende mi reacción.

—¿Qué pasa? —pregunta, su tono de voz es diferente, cálido y suave. Su dedo pulgar acaricia mi mano, esperando con paciencia a que conteste su pregunte y no sé qué decirle.

—Nada

—Entonces, ¿Por qué me detienes? —se acerca a mí, su respiración se acentúa en la piel desnuda de mi cuello, dejo de sostenerle las manos y subo mi tacto a su hombros —¿no te gusta? —pregunta, sus labios se entre abren y entierra sus dientes en mi cuello. Es inevitable, no puedo evitarlo y de mis labios se escapa un gemido. Sonríe. —¿eres religiosa?

—¿Qué? —pregunto confundida sin entender y la alejo un poco

—Tu collar —desliza sus dedos por este y me maldigo por no habérmelo quitado antes, pero es que no me dio tiempo a nada.

—Si

—Interesante... —se despega de mi piel. Escucho sus zapatos alejarse, me quedo inerte sin poder reaccionar y tampoco puedo hacer mucho, si me quito el antifaz y descubro que sigue aquí, sería una atrocidad. Una pila de problemas me llovería.

Respiro con profundidad, tiro mi cabeza hacia atrás y siento la dureza de la pared, estoy segura que no me veo nada sexi pero ¿Qué más da? No tengo tantas ganas de trabajar ahora mismo. Siento sus manos enredarse en mi cintura atrayéndome con fuerza a su cuerpo, me sobresalto y mis pies tocan los suyos, se ha descalzado. El aroma a miel inyecta mi nariz, estamos muy cerca y lo compruebo cuando su respiración se mezcla con la mía. ¡Quiero arrancarme el antifaz!

—Déjame verte —susurra, sus labios rozan los míos y su mano se desliza por el contorno de mi cintura, llega al borde de mis bragas y antes de que pueda darme cuenta ya están sobre el suelo. Su rostro abandona el mío, las manos me tiemblan y no sé exactamente qué hacer con ellas. —abre

—No —niego rápidamente, hay cosas que no puedo permitirme y está es una de ellas, no podré dormir sabiendo que una mujer me vio la vagi... Wanda me la vio está mañana

—Abre o te abro —trago saliva y siento como sus manos me aprietan con fuerza las rodillas, ejercen presión. Y mientras intenta abrirme las piernas, trato de no ceder, hasta que siento sus uñas clavarse en mi piel y es inevitable no sentir el dolor profundo en mis rodillas. Mis manos encuentran sus hombros y me sostengo de ella cuando mi pierna derecha es cruelmente elevada hacia su hombro. Esto no se ve para nada profesional, si alguien entrase quedaría claro que estoy siendo una prostituta y no una bailarina.

Bien, Venus, ¡bien!

Tiro mi cabeza hacia atrás, el calor que emanan mis mejillas y la vergüenza que sube por mi columna vertebral.

—Buena niña —susurra.

Sus labios se posicionan en mi muslo, tenso mi cuerpo y por un acto reflectivo, llevo mi mano a su cabello. La sedosidad que la yema de mis dedos siente, se fusiona con las sensaciones que están abrumándome los sentidos y mientras trato de no perder la cordura, su boca decide que debe continuar, besos húmedos y calientes. Su aliento me pone los pelos de punta, la calidez de sus manos toqueteando con sumo cuidado mis piernas, me avergüenza y estoy sintiéndome cada vez más débil.

Su mano se desliza un poco más hacia arriba, recorre un camino de puntos débiles y termina en mi cadera, de pronto dejo de sentir su boca en mi muslo. Sube, solo un poco y me encuentro con mi inconsciente rogándome que la haga parar, mi zona intima se ve claramente desprotegida.

Aprieto su cabello, ella se detiene, me da el permiso para poder bajar mi pierna de su hombro y ya me encuentro parada otra vez.

—Eso es todo por hoy, Venus —mi nombre de su boca sale con tanta suavidad, me siento segada, oscurecida por el manto del placer y la incomodidad. Mis piernas se aprietan, algo ahí abajo reclama que regrese y continue con lo que estaba haciendo. Aprieto mis labios y en cuento lo hago su dedo pulgar se desliza por el mismo —¿quieres que continue? —pregunta, su mano izquierda comienza a dar leves caricias por mi abdomen, sube y baja. —solo tienes que pedírmelo...

El corazón me golpea el pecho con fuerza, estoy debatiendo en mi cabeza, pero la sensación de su suavidad me confunde, no debo sentirla... pero algo dentro de mí se siente ¿confundida?

—Aún no —se auto contesta y deposita un beso en mi mejilla —buena niña, te veré luego

Escucho como arrastra la máscara veneciana por el mármol, espero a que me dé la orden para quitarme el antifaz y así poder vestirme. Sus zapatos vuelven a ser audibles.

—Ya te lo puedes quitar —me la quito de inmediato, trato de acomodarme a la luz del baño, pero es imposible y cierro mis ojos de nuevo. —déjame vestirte —con su mano golpea mi pierna para que la levante y siento como sube mi ropa interior por mis piernas. La observo hacerlo, me arrepiento y si quiero que me toque.

La mirada verdosa de mi acompañante se funde con mía, la pupila se ha agrandado lo suficiente y me pierdo en la profundidad con la que me mira, estoy sintiendo algo tan raro... dentro de mi... su mirada me hace sentir embriagada, perdida y excitada. Se levanta sin quitarme la mirada de encima, los dedos se enredan en las tirillas de mi ropa interior y termina de acomodarla.

—Eres hermosa —sonrío con cierta timidez y mis mejillas se vuelven a teñir, su tacto me abandona. Y no tarda mucho para que ella desaparezca también, la puerta se azota, soy libre... pero me siento con un vacío inexplicable. Camino con pesadez hacia la cama y me tiro sobre está. Estoy mojada, me siento húmeda y aunque quiero calmar mi propia situación, me la aguanto y trato de pensar en otro cosa. 


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ImpuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora