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La oscuridad nunca fue uno de mis placeres, de niña siempre tenía el velador encendido porque creía que debajo de la cama y en el placar, había un hombre malo. Hoy no se trata de eso, estoy vendada y se me ha prohibido poner si quiera un dedo encima de mi antifaz.

Aunque son diferentes situaciones, el miedo nunca me ha abandonado por completo y lo único que pasa por mi cabeza es la imagen de mi madre, aún no la he llamado, no tengo ni la mínima noción del tiempo. Al menos no estoy desnuda, me ha puesto una camiseta larga y ropa interior nueva.

Solo tengo que continuar con la situación y esperar a que diga "eres libre". ¿Por qué acepte meterme en esto? ¿Por qué diablos Enoc, no me dejo donde estaba?

No sé dónde está ahora, se ha marchado hace algunas ¿horas?, no lo sé, pero lo único que puedo escuchar es mi respiración siendo presente. Me ha subido a la cama, eso es bueno, ya que no estoy en la incomodidad del suelo y por lo menos ahora, no tengo que preocuparme por abrirle mis piernas. Tiro mi cabeza sobre el cabezal de la cama y hago respiración profundas. El sonido de la puerta golpearse se hace presente, me pongo en alerta y el cuerpo entero se me tensa. Sus dedos hacen un pequeño camino de caricias desde mi pie, hasta mi rodilla y se detiene cuando llega al borde de la camiseta.

—¿Me extrañaste, Detka? —trago saliva, intento reincorporarme en tiempo y espacio... no verle me molesta y mi cabeza comienza a buscar alguien que se le parezca.

—Si, ¿Dónde estabas? —pregunto suavemente, la cama a mi lado se ahueca y siento como mueve las sábanas.

—Arreglaba unos asuntos para poder estar aquí contigo —su voz no se escucha áspera como al principio, era suave y me genera calidez. —vamos a dormir, ¿sí?

—¿Qué hora es? —me jala de la cintura para que me recueste a su lado, su respiración es pausada... con la yema de sus dedos me indica que me acerque más y lo hago, complazco su pedido recostándome en sus brazos. Su pecho queda pegado a mi rostro y su aroma... su aroma no deja de ser familiar. Deslizo mis manos por su cintura

—Eso me gusta —susurra y acuna mi rostro en su pecho, comienza a acariciarme con delicadeza, sus ojos están pegados a mi rostro, lo siento y lo sé. —ya es tarde

—No llame a mi familia —confieso

—Le mande un mensaje de texto desde tu celular, no tienes que preocuparte por nada, aquí estás a salvo y en paz —sus caricias me adormecen, no quiero hacerlo, no quiero dormirme, pero el cansancio nunca fue tanto y el cariño nunca fue tan suave como ahora. Me acerco más, no se siente tan mal después de todo y si voy a estar aquí unos días, lo mejor sería que me acostumbre al toque. Mis piernas se enredan con las suyas y deslizo con mucha más confianza mis mano, siento su cintura, luego su espalda y descubro que no lleva brasear. La acaricio como ella a mí y en algún momento... me duermo.

Despierto con el sonido de música clásica a todo volumen, me sobresalto y en cuento abro los ojos, me topo con otra imagen, otra situación

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Despierto con el sonido de música clásica a todo volumen, me sobresalto y en cuento abro los ojos, me topo con otra imagen, otra situación. ¿Qué paso? No llevo nada cubriendo mis ojos, en la cama solo está mi cuerpo y me encuentro vestida de pies a cabeza. Siento un dolor punzante en mi cabeza.

ImpuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora