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*Artemis*

Venus, mi nombre proviene por la Venus de Milo, la diosa de la fertilidad, la belleza y el amor. La escultura más venerada por los romanos en la antigüedad y quien para mi padre, fue amor a primera vista. Supo que quería llamarme de esa forma cuando era apenas un joven de dieciséis años y visito el museo del Louvre, esa es una versión.

La otra versión, es que existió una Venus en su vida, la primer mujer que lo "hizo hombre" la primer mujer que amo desde la sexualidad y no el corazón, una prostituta que conoció una noche.

Y aunque mi madre trato de negarle el derecho de que sea llamada de esa forma, el ganó. Artemisia Venus Lombardi, dos nombres potentes para un apellido tan simple y vago, tan desgastante. Artemis tenia una vida por delante, Artemis Lombardi iba a ser abogada, se iba a casar con el amor de su vida y tendría una casa grande, una que llenaría con cuadros, plantas elegantes y hasta podría decir que algún animal exótico. Artemis, quería vivir de lo que le gustaba y luchar por los derechos de los menos afortunado... pero hoy, hoy no soy Artemis y nunca llegaré a serlo.

Porque Venus me condena.

Las luces rojas me dan en el rostro, la música es hechizante y sigo haciendo lo que un día casi me mata, aunque hoy no es por mi propia decisión.

El salón está completamente vacío, hace una semana que me tiene encerrada en este falso teatro y cuando está abierto, se sienta entre la gente con esas mascaras venecianas a observar, a esperar que nada salga mal. Bebe un vaso de alcohol, me admira los primeros quince minutos del show y cuando es suficiente para ella se va, me deja en medio del escenario bailando encima de un tubo metálico. Le cansa tener que escuchar a todos esos hombres murmurar cosas entre si y luego cuando se acaba, los guardias me sacan y la oigo discutir con Enoc sobre mi exclusividad.

Mis pies tocan la alfombra rojiza, está recién aspirada y su suavidad me lastima un poco, tengo una venga en el pie derecho. Peleo con ella cuando estoy muy cansada, la golpeo y su descuido me dejo una trincheta en la mesa hace unos días... peleamos tan fuerte que nos descontrolamos, corte parte de su mejilla y ella me la clavo en el pie.

No está del todo sanado, a veces me arte y otras no siento nada, pero ella me siente cada vez que se quita la mascara veneciana y se mira al espejo.

Al final del salón está el bar, el chico que trabaja sirviendo tragos tiene rotundamente prohibido hablarme o si quiera alcanzarme un vaso con agua, no tiene permitido mirarme y creo yo que le recuerda mucho a Pier. Enoc tampoco puede hablarme, ella me ha obligado a mentirle diciendo que estoy por propia voluntad porque necesito el empleo y que no quiero ninguna intervención que me desconcentre. Le pregunte en más de una ocasión hasta cuando pensaba tenerme aquí y ha dicho que hasta que le pague cada puto centavo que le robe... lo único que ruego y rezo en las noches antes de irme a dormir, es que las niñas estén, que Wanda las trate bien.

Ya he dado por hecho que no me va a buscar, que me dejo ir... pero a las garras de la loca de su esposa.

Me sostengo con fuerza del caño, me suspendo en el aire y siento las luces leds fundirse con mi mirada por un segundo, ella ha llegado. Me alumbra con una linterna desde abajo y me deslizo con mucho cuidado.

—Vamos a comer —ordena.

Me extiende la mano, pero no se la tomo, camino hacia la puerta que está detrás de las cortinas del escenario y escucho sus zapatos golpear el suelo con suavidad, siguiéndome con precaución de que no intente escapar de nuevo.

El pasillo es profundo, oscuro y solo nos ilumina la luz del exterior que ingresa por una ventana, tiene un vinilo con la figura de la virgen María. ¿A quien le ha comprado este lugar? ¿a la iglesia?

ImpuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora