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Las canciones de iglesia nunca me han gustado, se transformaron en un dolor de cabeza si son escuchadas una y otra vez, mi madre nunca dejo de reproducirlas. La observo mientras habla con el padre, ha llegado de su viaje mucho más feliz y con energía, se acabó por el momento la bruja que come niños. Llego hace una semana, por ese mismo tiempo no he visto a mi padre, ni a Wanda y mucho menos a mi hermana. En cuanto llego, me fue a buscar, como si fuera su niña de 7 años que tiene custodia compartida con su padre y debe rescatarla de la situación.

Gracias madre, pero estaba bien.

No estoy disgustada por mi tiempo con él, pero me había acostumbrado a despertar y ver el desayuno en la mesa, el rostro de Wanda tan sonriente. No me gustaba verla con mi padre, agradezco que ella haya tenido consideración y no se haya besuqueado con él. Es más, desde que hicimos... eso, lo ha mantenido lejos.

—Arte —la mano de Pier no me da tiempo a reaccionar, soy cruelmente arrastrada hacia los armarios de confesión.

—Pier, ¿Qué haces? —pregunto desconcertada, me adentra al pequeño espacio y una vez dentro me acorrala contra la puerta, desliza el pestillo y me mira con esos ojos de "te quiero coger" —aquí no

—¿Sabes? Una de mis fantasías —se pone de rodillas enfrente de mi —es hacértelo aquí, en este pequeño y apretado espacio

—Alguien podría entrar —intento mantener el vestido en su lugar, pero sus manos son mucho más rápidas y lo levantan, tira de mi pierna colocándola encima de su hombro. Con su dedo engancha mi ropa interior colocándola a un lado y el contacto con su boca es inmediato. —¡Oh mierda! —exclamo al sentir el calor en mi entrepierna, me sostengo de la pared o al menos lo intento es difícil sentir en un espacio pequeño. Las manos que recorren mi cuerpo son ásperas, no ha usado crema nunca en su vida y trato de quitar de mi cabeza el recuerdo de Wanda, de sus manos... su suavidad. Aún no me perdonó por haberla besado, no puedo dejar de pensar en eso y porque... Por qué si fue un simple beso, ¿Por qué me afecta tanto? ¿Por qué no puedo dejar de pensar en ella? ¿Por qué diablos me tortura?... dios, me está haciendo un oral y no puedo concentrarme en la situación. Abro los ojos, cuando lo hago me encuentro con la expresión vacía y de confusión de Wanda, ha abierto la puerta del confesionario.

—Mierda, Wanda —susurro, la puerta se cierra, quito a Pier de mi con un pequeño empujón.

—¿Qué paso?

—Idiota, cerraste mal la puerta —murmure enojada, mientras intento colocarme bien la ropa

—¿La puse mal? —pregunto entre risas, no entiendo que le ve de gracioso —Hubiera querido ver su cara —se limpia la boca con un pañuelo.

—¿Qué dices? —intento abrir la puerta para salir, pero su mano me detiene

—¿A dónde vas? Déjala, no se va a morir por haber visto como recibías un oral —se tira sobre la pared

—Pier, ¿Qué diablos dices? Es la mujer de mi padre

—Si, la mujer de tu padre —blanquea los ojos, me deshago de su agarre y me encamino fuera del espacio que no cumplió con las expectativas de una fantasía. La pared que separa el confesionario con el lugar donde se sientan a tomar la misa, está repleto de personas y los ojos que quiero cruzar no están enfrente de mí. Mi madre, como siempre, ha tomado el lugar de los primeros asientos y se aferra a la biblia como si fuera lo más importante en su vida.

Lo es.

Me salgo del espacio, pero en la puerta me ataja una de las amigas de mi madre.

—¡Artemis! Niña, ¿Cómo estás? —deslizo mi mirada por el gran espacio verde, los niños se divertían y disfrutan del calor mientras esperan que sus padres terminen de rezarle a un dios.

ImpuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora