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"—Uno, dos, tres —la risa se escabulle por mis labios, corro con rapidez por la iglesia y trato de buscar el mejor escondite posible —cuatro, cinco, seis —los demás niños encuentran lugares perfectos, estoy perdida y sin salida. El confesionario es un buen lugar, pero mamá se molestará mucho y me castigará. Me quedo petrificada ente la imagen de cristo en la cruz, es un gigante, apenas cuelga de un hilo y siento que si se suelta me atrapara, corro por detrás de la iglesia, llego a la pequeña habitación donde dejan las mesas y sillas. Me escondo detrás de una tabla y a lo lejos escucho que terminan de contar —siete, ocho, nueve y diez.

Tapo mi boca, las risas son incontrolables, estoy nerviosa y mis compañeritos igual. Escucho que alguien viene y aprieto con fuerza la mano sobre mi piel. No quiero reírme y ser atrapada.

—Luana, ¿te parece que será correcto?

—Lo es, nos acomodaremos para hacer la misa el domingo que viene y todo saldrá perfecto —es la voz de mi madre y del padre Francesco —¿Qué te preocupa?

—No hablo de la misa, Tristán está comenzando a sospechar y no es correcto que yo haga esto, hice votos

—También los hice —fruncí mi ceño, no entiendo de que habla mamá con el padre. Luego no los escuche hablar, me acerco un poco a ver por el borde de la tabla, descubro que se han marchado. Suelto el aire contenido, estoy a salvo.

—¡Te atrape!"

Mientras corro con rapidez por el bosque, tratando de esquivar las ramas secas y que mis pasos no sean notables, el recuerdo de mi niñez escabulléndome entre la iglesia se hace presente. No es un buen momento para pensar en la infidelidad de mi madre, pero por alguna razón el correr y sentir el corazón en la boca me ha retraído a un recuerdo de supuesta paz. Me detengo en un árbol, necesito aire y desacelerar mi ritmo cardiaco.

—Artemis, conozco esté bosque como la palma de mi mano —es Wanda, su voz no se oye tan lejana, está cerca y debo seguir corriendo —solo me estás haciendo enfadar —escucho las ramas romperse y es un activador de mis lágrimas, estoy perdida, otra vez. Pero no me detendré hasta encontrar un lugar seguro para esconderme.

Necesito detenerme a respirar, me va a dar un paro y todavía quiero vivir, ¡Mierda, quiero vivir!

—Artemis —canta mi nombre

—¡Estás demente! —le grito con fuerza, cambio de dirección y los árboles se hacen más angostos, más apretados. Siento un ardor en mi brazo y al observar, la sangre fluye sin cuidado, ha sido un gran raspón. Me detengo en un tronco hueco, me adentro en el espacio y me quedo allí, abrazando mis rodillas, apretando mi boca.

—Artemis, se una buena niña y regresa conmigo en paz —se la oye lejos —te estoy dando una oportunidad, no la desaproveches —aprieto con más fuerza, cierro los ojos y con la mano desocupada, entierro en mi palma el crucifico, esperando que dios se apiade de mi alma.

Nunca fui creyente, pero en estos momentos necesito creer que regresaré a casa, con mi madre y mi padre, con Lisa, volver a los brazos de Pier. A esos brazos de los que nunca debí moverme...

—¡Te encontré! —sus dedos se deslizan por mi tobillo, tironea de mi con fuerza y sacándome a rastras del pequeño espacio, le pateo la mano lo más fuerte que puedo y eso solo la hace enojar —Artemis, deja de moverte —sostiene mis dos piernas en sus manos y me jala hacia ella, no dejo forcejear y gracias a un pequeño golpe que la pone encima de mi cuerpo, intento librarme de sus manos.

Tengo el vestido levantado, su cuerpo entre las piernas y los movimientos incesantes de mi cadera, luchando por la libertad. Wanda no se ve del todo normal, está molesta o decepcionada y deja de sostener mis piernas, para sujetar mis manos.

ImpuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora