8. Bajo la montaña - GILLES

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"El rechazo supone la muerte para las bestias en supervivencia."

Estaba amaneciendo, pero en lo más profundo de nuestras salas únicas en Ostatni Bastión, eso no se notaba. La oscuridad solo me dejaba sentir el frio y la presencia de mi dragón, Loira se mantenía dormida a mi izquierda, cuando la lava se encendía se podían ver sus escamas de color verde pastoso, su cuerpo delgado y en la cabeza dos cuernos sin filo en forma de óvalos. Tenía hambre, el maldito general se había sobrepasado, tres días sin comer... Cómo se atrevía a dejar a un jinete y a su bestia sin comida.

—Si mi padre estuviera aún aquí... —mi padre había sido un guerrero, un hombre noble, siempre me habló del legado de mi familia, de lo que nos pertenece por derecho—, ahora tengo un dragón, nuestras tierras volverán al control de los Rais.

Se escuchó el susurrar de pasos fuera, bajando por las escaleras, ya estaban regresando. Me acerqué a la puerta y la abrí levemente, pasaron cinco junto a un dragón, el general los había dejado salir a escondidas junto a algunos soldados, para cazar. 

Cerré la puerta y volví a adentrarme en la oscuridad. Ahora me insultaban declarándome a la cara que ellos podían hacer lo que quisiesen mientras yo aguantaba el dolor en mi estómago. A qué se ha reducido mi familia, sin mi padre ya no se producía respeto, ni consideración.

La puerta se empezó a abrir y en la tenue luz apareció un rostro.

—Gill, ¿cómo estás? —habló por lo bajo. Cerró la puerta y caminó hacia mí—, te traje un poco de comida.

—¿Qué haces aquí, Cateline?

—El general solo te prohibió comer, no te impuso encarcelamiento, deberías salir con nosotros.

No respondí nada. Era cierto eso, pero sabía que, en algún momento, el general tendría que volver para rogarme perdón.

—Estás molesto conmigo, por casi decirle lo de...

—No. No estoy molesto con nadie, es solo que esto es injusto. A mi me deja sin comer y a los demás les dan vía libre de entrar y salir cuando siquiera nos han dado tal libertad.

—Sabes que se llegó a un trato —anunció al sentarse a mi lado, en la gruesa piel junto a la pared—, el general nos da ciertas libertades y nosotros lo ayudaremos en el futuro.

—¿En serio ese es todo el trato? —sabía que ella no era tan tonta—. ¿Darnos cosas y nosotros seremos sus perros guardianes en el futuro? Y, ¿quién hizo ese acuerdo?

—Vamos, Gill, ¿me dirás que no es atractivo ganarse el favor de las Promesas en estos tiempos? —dijo recostándose en mi hombro—. Y en realidad, ya sabemos que el general no es alguien malo, solo estricto.

—Me parece que no llega a ser muy listo. —hablé apretando los dientes.

—Ya basta... —entonó con cariño. Sus ojos de ese verde tan encantador me atraparon—. Otra cosa buena, es que tampoco estamos obligados a obedecerlo cuando llegue el momento. Sabremos qué hacer según nuestros corazones...

Aunque me calmaba, sabía que ella estaba evadiendo la tercera pregunta. Se había formado un grupo bajo la montaña, eran sus participantes quienes recibían los buenos tratos y, eran ellos quienes aún no me decían nada sobre esos temas. 

Estaba enterado de algunos integrantes, no era ciego. Los Rumore y los malditos Saldo, esos cuatro y... Lucas, ellos nunca se separaban de él. Todos le hacían recados a alguien, el nuevo "Líder" entre las Promesas. También estaba Cateline, ella me había dicho todo cuanto pudo. Y estaba René, tuve que esforzarme con ese niño, pero al final habló, no parecía ser de mi familia, siempre mezclándose con el pueblo, nosotros solo éramos Promesas porque padre nos estaba tratando de abrir camino, pero cuando murió nos terminamos quedando para siempre en la academia, aun así, nunca fuimos ni ahora somos iguales a los demás.

Las Promesas de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora