20. El dolor de vivir - GILLES

4 3 44
                                    

"Y es cuando un animal cree encontrar seguridad y apoyo en los suyos el momento en que la naturaleza se impone y se los arrebata."

—Cateline... Espero que este lugar te guste —dije mientras terminaba de tallar su nombre en la pequeña roca rodeada de nieve—. No tiene una gran vista por la noche, pero seguro te gustará de día.

No lo entendía, no entendía por qué ella decidió abandonarme. No debió haber estado allí, defendiéndolos. Las lágrimas recorrieron mis mejillas traicionándome, porque si estaba llorando era porque realmente aceptaba que ella ya no estaría a mi lado como siempre.

—Sin ti no sé qué voy a hacer, me has dejado solo —el sentimiento afloró en mí y la marca de la reina se irritó en mi muñeca. Golpeé el piso de la rabia—. ¡No fue tu culpa, fue por ellos! Esos malditos te tenían lavado el cerebro, ¿por qué sino volvería a esa asquerosa vida? No podría haberlos escogido a ellos por sobre nosotros, por sobre mí.

Ella había vivido antiguamente con ellos, pero los había dejado inmediatamente me conoció, aun así, seguía bajo sus garras.

—Debiste haberte quedado con la reina, mandaría por ti pronto, yo me encargaría de la basura.

Lo que deseaba no podía ser, ya no más. La reina no aceptaría que volvieras, sin importar cuanto rogara por ti.

—Lo único que puedo hacer por ti, aunque dudo que te lo merezcas —su traición seguía resonando en mi cabeza. Verla allí, protegiendo al chico Rumore, me hería, así como yo la lastimé por impulso—, lo único que puedo hacer es dejarte bajo esa montaña, mi querida Cateline. Sellada se acaba el problema, la reina no se enterará de mis mentiras, tú morirás cuando se acabe la comida o por la mano de un extraño.

Serían ratas que se comerían unas a otras, ese es el destino que habías escogido, de esta forma ya no estás viva para mí

—Esta es tu tumba, es mi despedida —me acerqué a la piedra, besé la palma de mi mano y luego toqué la fría superficie rocosa—. Te amo, Cateline.

¿Por qué todos me abandonaban?

Escuché pasos, grandes pasos que resonaban distinto a como se escucharían en la nieve, se acercaban por un lateral cerca del risco. Preferí esta pequeña montaña por lo lejos que se encontraba de la nueva fortaleza del señor Rafael.

Había hierba de un hermoso verde, con algunas diminutas áreas de nieve y los pasos que se intercalaban entre estas dos superficies me hacían comprender algo, no me gustaba el pasto. Kamien caminaba hacia mí y el ruido que hacía era extraño, pero al caminar en la nieve el sonido era rítmico, conocido, era algo que resultaba familiar, el cambio era un arma, un monstruo que te asaltaba en cualquier momento.

—Señor Gilles, la reina recibió tu carta de informe, dice estar contenta con tu desempeño. El señor Rafael te espera en la fortaleza, quiere recibir el comando de los Incontrolables que acaban de regresar.

Claro, era una suerte que esas cosas no hablaran, sino, ambos sabrían que aún vivían dragones cuando dije lo contrario, ahora era un hecho. Les perseguí con buena distancia esperando algún astuto lugar que tomaran de base, pero esos tipos solo decidieron morir en el mar.

Me levanté del suelo aun mirando la piedra. Nuestra relación ya no existía, había tratado de luchar por los que quería y solo conseguí que me dieran la espalda, ahora solo importaba yo. Mi camino era largo, pero prometía ser próspero. Me limpié las mejillas para que las lágrimas no se siguieran congelando en mi cara y cuando me iba a dar vuelta...

—Lamento la muerte de tu compañera —Kamien no se había ido, seguía detrás de mí. Su voz era baja y calmada, casi desinteresada—. Es una gran lástima que su vida fuera tan corta.

Las Promesas de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora