40. Hay que lucirse - DREY

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"Te paras y piensas: ¿Esto es lo que deseo? ¿Seré capaz de darlo todo por ello? Finalmente, respiras y te das cuenta de que no hay opción."

Hacía mucho frío, la roca de la celda ya me resultaba desesperante y el roce de las cadenas sobre mi piel era una sensación horrible. Me distraía esperanzado durante mis horas de soledad con la idea de que el tal Rafael nunca volvería para seguir provocándome dolor.

Tal vez alguien llegaría por esa puerta, alguien distinto a los guardias de Gilles o a Graziella. Soñaba despierto con la voz de mi hermano llamándome y con la imagen de Lucas, me dirían que Rafael había muerto y que todo había terminado.

Los otros jinetes estarían ahí, vigilando los pasillos para acabar con cualquier peligro y sonido alarmante. Los ruidos en esta fortaleza eran lo peor, generalmente significaban otra racha de cortes, golpes, monólogos confusos y un tiempo infinito de perseverancia.

No quería demostrarle debilidad, sin embargo, era difícil. No podía evitar temblar de miedo cuando se acercaba o gritar cuando las hachas que me había dado el instructor Carl Ruine eran utilizadas para deformar mi cuerpo.

Luego, él empezaba a regenerarme, eso solo lo podía describir como tomar mi piel y músculos con cientos de agujas para estirarlos y dejar unido todo de nuevo. Las astillas de las hachas se solían quedar dentro de la carne y si Rafael se daba cuenta, repetía el proceso.

"Sin imperfecciones", decía él. Por cada cicatriz que encontraba en mi cuerpo se disgustaba, más tarde cortaba esa parte y hacía que nuevos músculos se generarán. Algunas veces estos tratamientos eran imperfectos y volvía a empezar desde cero.

Me maldije a mi mismo por haber querido encontrarlo, no esperaba esto, creía que el Bannik había visto una muerte más rápida, en realidad no había pensado mucho en este aspecto. "Afronta lo con valor", me repetía a mí mismo cuando llegaba a imaginar cómo moriría.

Ahora que tenía tiempo para meditarlo, había llegado a concluir que dar una vida así de simple para salvar a otras era estúpido, una vida no equivalía a muchas. Esa vida tendría que ganarse su valor y luego cederlo. Me estaba ganando el valor que se equiparaba a las preciosas vidas de mis amigos.

Pero realmente no quería morir, nunca lo desee. Aun cuando estaba bajo la protección de los Líderes de VarGóra y les era tan devoto, siempre me paraba antes de dar ese salto. Ya no tenía tanta importancia, pasara lo que pasara, de esta situación ni Rafael ni yo saldríamos con vida.

No me importaba lo que tuviera en su lunática cabeza, yo no sería la base para crear otro como él. Así que reuní fuerzas, sin importar el roce del metal en mis muñecas, continué congelando las cadenas.

Posteriormente... Yo no sabía qué hacer...

Escuché los susurros del caminar de alguien a la distancia, los pasos amortiguados por las paredes me provocaron temblores involuntarios. Paré de usar mi magia a sabiendas de que se darían cuenta y traté de mantener mi respiración calmada.

También cerré los ojos, me empezaba a convencer de que, si no veía las horribles cosas que él le hacía a mi cuerpo, dolería menos. Las cadenas tintineaban porque no podía dejar de temblar y me enojé conmigo mismo por ello, pero tenía miedo.

Las puertas se abrieron y no pude acallar un gemido de desesperación, pronto sentiría otro filo en mis brazos, piernas, espalda o...

—Calma... —dijo con la voz manchada de melancolía—. Soy yo.

Abrí los ojos con lentitud y aun temblando, levanté la cabeza solo hasta poder distinguirla entre la penumbra.

—Cuánto te ha hecho.

Las Promesas de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora