19. Presentaciones y nuevos amigos - ADAM

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"El mundo es fascinante y hermoso; solo hay que ver a las buenas personas y lugares que hacen parte de él."

—¿Tú crees que nos dejen quedar, Moro? —el dragón rugió levemente en señal de duda.

Era difícil decirlo, los jinetes tenían la última palabra en esto. Me habían convencido de seguirlos muy fácilmente porque yo en realidad no quería quedarme bajo una montaña sin tiempo definido. Algún día debía volver con mi padre y con Natalia.

Tampoco quería valerme solo en la naturaleza, era muy peligroso y, a dónde más iría. La razón más importante que tenía para venir aquí era esconderme por un tiempo hasta que todo se calmara, darle tiempo a mi padre de ir al norte y volver para ponerse al corriente con Natalia y el Líder Julius. 

En definitiva, no tenía más caminos, esta era mi gente. Aunque sobreviví unos días en la naturaleza gracias a Moro no contaríamos con esa suerte para siempre.

Pese a todo, puedo decir que fue extraño. Los Incontrolables con los que nos encontramos no nos atacaron, nos ignoraron casi como si no estuviéramos allí.

De la nada sentí un cambio entre los jinetes, era de la chica rubia encima del dragón rojo.

—Ya basta, ya casi llegamos al punto de no retorno. No podemos dejar que nos siga y descubra a dónde vamos.

Mi miedo creció con esas palabras, al igual que las emociones de los jinetes.

—¿Y qué propones, Elisa, abandonarlo para que lo maten? —respondió el chico que tenía de montura a un Aspid.

Era increíble. Un Aspid como vínculo, cómo era posible.

—No... eso sería muy malo —chilló la señorita del hermoso cabello blanco—. ¿Por qué no nos lo quedamos?

—No es una mascota.

—Lo sé, Juliana, pero no me parece mal que nos acompañe. Drey estará de mi lado y vendrá con nosotros.

—¡Puede ser un espía de los desertores! Nos quieren acabar y enviaron a uno de sus jinetes.

—¿Se supone que eso sea creíble? —sumó el chico del dragón color crema, era el gemelo del jinete del Aspid—. Se llevaron todo lo que pudieron y seguramente nos creen muertos. No hay razón para eso. Piénsalo con calma, Elisa.

—Los ciega lo que hizo en Ostatni Bastión. No se puede confiar en él. No lo conocemos —se fijó en la niña del dragón dorado y terminó de hablar—, y Drey entenderá eso.

—¿Por lo menos dejaremos de hablar sobre él como si no estuviera allí? —me sentía sobrecogido por la situación y estaba muy nervioso—. Podemos presentarnos. Yo en su lugar me volvería loco después de dos días de esto.

—¡No, Józef! Entre menos sepa de nosotros y nuestros dragones mejor.

—Em... yo puedo presentarme primero. —dije apenas audiblemente.

—¡Silencio! Nadie ha pedido tu opinión.

Era muy autoritaria.

—Eso sí fue de muy mala educación, Elisa. Te estas sobrepasando.

—¿Tú también, Stefan? Todos están ciegos. ¡Debe irse, ya!

—Pueden discutir todo lo que quieran —el rubio que iba en la punta de la formación interrumpió las protestas—, pero no se tomará una decisión hasta que todos estemos reunidos.

Volvió la quietud al grupo, pero seguí percibiendo sus ganas de argumentar.

Llevábamos poco más de dos días en la misma situación. La horda de Incontrolables blancos, como los jinetes los llamaban, nos seguían solo dividiéndose un pequeño grupo para perseguir a los dos chicos que iban y venían.

Las Promesas de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora