36. Falsas ilusiones - DREY

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"La esperanza, qué dulce placebo puede llegar a ser."

—Prométeme que no obtendrás un jinete nuevo de inmediato —Teos gimió mirándome desde arriba—. Date la oportunidad de viajar, volar por el cielo, cazar, visitar todo lugar que te provoque curiosidad y luego puedes decidir —me mostró los dientes mientras creaba surcos de nieve bajo sus garras—. Por favor, estás en las tierras que te vieron nacer, tú padre... o madre dio su vida muy cerca de aquí, por ti.

Teníamos casi mes y medio de viaje desde que abandonamos la Alianza de Reinos y habíamos entrado en Sventovid. Un tiempo récord considerando los once mil hombres que viajaban con nosotros, las constantes paradas para construir buenas bases vigías y el terreno desnivelado, sin mencionar que nadie más que el general y cinco de sus guardias personales poseían caballos.

Teos me empujó con su morro tirándome a la nieve. Estaba un poco molesto por nuestras últimas conversaciones.

—¡Solo digo la verdad! —me quité la nieve del uniforme y la armadura solo para ver como volteaba su cabeza—. No me ignores, hermosa criatura. Sabes que pronto, no sé cuándo, pero pronto yo no estaré y tú tendrás que continuar con una hermosa y gloriosa vida de dragón.

Con su cola me tiró una montaña de nieve y tuve que luchar para salir.

—Yo también te quiero —sólo basto eso para ganármelo de nuevo, bajo su nariz y soltó una corriente de cálido aire que me ayudó a librarme del todo de la nieve—. ¿Ves por qué te amo? No hay nada que no puedas hacer.

De repente escuché el aleteo de las alas de otro dragón acercándose por el cielo. Nos habíamos dividido alrededor de la ciudad de VarGóra, donde acamparía todo el pequeño ejército.

VarGóra se encontraba delante de mí, la ciudad donde todo empezó. Aún no entraba allí, estuve a punto, pero al ver al dragón congelado junto a su jinete me eché para atrás, rehusaba adentrarme allí, a diferencia de Elisa, quien llevaba toda la mañana buscando pistas sobre su familia en el bunker del Concilio de Magos de la ciudad.

Ese hielo, como un conocedor de esa magia, sabía que era muy poderoso. Debía de ser de Rafael, apestaba igual a sus Incontrolables. Cómo podía temerle y odiarlo tanto, si no lo había visto ni una sola vez en toda mi vida.

—Nos estamos acercando. —dije mientras llevaba mis dedos al brazalete en mi muñeca.

Teos puso un ala frente a mi para cubrirme cuando el otro dragón aterrizó. Era el vínculo plateado de Lucas, mi amigo bajó con agilidad de su dragón y llegó a mí. Tenía una cara de tristeza que me partía el corazón.

—Lucas —dije—, alégrate. Mira donde estamos.

—¿Volver aquí debe de contentarme? Esperaba tener más años.

—¿Qué te desagrada? Llegamos a nuestra ciudad natal con un ejército a cuestas, ropa cómoda, comida, aliados, amigos y familia.

Esperaba que viera lo bueno de todo esto, de niños nunca podríamos habernos imaginado en mejor posición. Solo bastaba ver el cielo iluminado por la luz del sol para percibir la diferencia, pero él me sorprendió con su respuesta.

—Cada paso que das me llena de temor, Drey —exhaló temblando—. No duermo en las noches por la sola idea de que cada día que pasa nos acercamos a una realidad en la que ya no estarás. Qué mundo tan cruel es este que nos une en la incertidumbre y nos separa cuando se le da la gana.

No logré verlo a la cara cuando terminó de decir aquello.

—Hay que avanzar. —fue lo único que pude decirle mientras nuestros dos dragones formaban un círculo protector para nosotros.

Las Promesas de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora