16. Confrontación - JULIUS

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"Las ocurrencias del destino llegan a ser, en algunos casos, beneficiosas para aquellos que no lo merecen; pero la justicia siempre ha de llegar y, si es meritorio, por nuestra propia mano."

Cuando mis heridas provocadas por aquellos hombres que trataron de secuestrar al chico sanaron, me resultó casi imposible no matar a Hymenopus a la primera oportunidad o utilizar al niño para hacerlo venir a mí. Me detuve solo por la aparente inocencia de los chicos en cuanto a no saber lo que había pasado con VarGóra. Antes había concluido que no me importaría pasar por encima de nadie para concluir mis objetivos, pero no fui capaz. Supongo que algunos como ellos pueden y otros como yo, no.

Adam me había bombardeado con preguntas a las que casi no respondí, aun así, me ofreció cobijo y protección. No me negué porque no había ninguna mejor posición que está.

Estaba debajo de la casa de los Redwyne, una familia poderosa embaucada por Hymenopus. Cerca de mí, el dragón del niño dormía apaciblemente, cerca de la silla que habían estado ajustando para él, y detrás de las puertas antes de entrar al sótano no cesaba la pelea.

—Pero ¿por qué te vas? —el niño tenía muchas preguntas y nadie se las respondía. Era otra de las muchas peleas que habían tenido durante estos días—. No lo entiendo. ¿He hecho algo mal? ¿Estoy haciendo algo mal?

—No, ya te he dicho que he de hacer esto, Adam —su voz calmada y enferma no se me apetecía demasiado, pese a eso, no era el momento—. Te quedarás con el Gran guerrero y se acabó la discusión.

—¡Otra vez vas con eso! Sé que me mientes y que me ocultas cosas, muchas cosas. Ahora te vas al este, dejándome aquí, después de días sin dirigirme la palabra. ¡¿Qué sucede?!

—Adam... —me disponía a ocultarme en uno de los tantos túneles de la casa a medida que se acercaba a la puerta—. No puedes ir conmigo hasta saber si es seguro.

—¿Seguro de qué? —perdió la paciencia—. ¡¿De qué huyes?! ¡¿A qué le tienes tanto miedo?!

—¡Adam, ya basta! —la tos lo dominó y escuche el caer de su bastón al suelo. Resiste querido Hymenopus, tu hora llegará, pero será por mi mano—. Hay cosas que no quisiera contarte, hijo. Quiero que vivas sin el peso que conlleva nuestro apellido.

Y qué gran culpa debería de tener este hombre, uno que aun con años de planeación no se detuvo a pensar en las heridas que provocaría; hacía falta no tener corazón, de ellos lo había aprendido. El dragón levantó la cabeza y fije mis ojos en los suyos. Debí haberlo adivinado desde el momento en que llegue a este sótano, pero aún no sabía qué tan bajo podría llegar Hymenopus; el niño Pollenia no estaba por ningún lado, ni una mención, ni pista de él, excepto por un dragón blanco, con unos sorprendentes y casi invisibles, pero reconocibles tonos avellana. Hacía falta los ojos y la memoria de un jinete, y aun con mis habilidades deterioradas pude deducir lo que había pasado.

—Me pregunto sí sabes quiénes mataron a tu verdadero y primer hermano —susurre al dragón, a sabiendas de que probablemente no me entendería, o no me atendería. Nunca sabré qué tan fuerte fue su vínculo formado a tan temprana edad, pero...—. Apostaría a que dolió, a que lo sufriste en cada céntimo de tú cuerpo. Un terrible tormento y confusión, aun sin siquiera haber nacido.

—¿A qué te refieres, padre? —escuche detrás de las puertas.

—Adam... he sacrificado tanto... —farfulló el miserable—. Y lo volvería a hacer si tuviera que. Iré al noreste.

Llegando a este punto, era fácil entender porque la bestia se había vinculado al chico sin necesidad de una prueba; la razón:

—Tu mismo lo elegiste —el dragón no respondió, pero estaba confiado en que esa fuera la causa—. No te culpo, no tenias muchas más opciones al estar rodeado de toda esta basura.

Las Promesas de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora