34. La Alianza de Reinos - JULIUS

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"Buena suerte en todo lo que te propones, aunque si fuera por la suerte, te puedo jurar que nada se realizará."

Qué colores más brillantes eran los que se repartían aquí y allá, por todas partes a donde veía se presentaba alegría y prosperidad. Si en algún momento pensé que Oorun o los pequeños pueblos del norte habían sobrevivido de una forma asombrosa la Caída, la capital de la Alianza ahogaba con creces esas perspectivas.

Simplemente caminaba por un pequeño mercado entre los barrios de la capital y las personas se mostraban pulcras y felices. Durante mi tiempo viajando con la guerra había descubierto que la Caída se había dado en todas partes, pero con periodos de duración distintos.

—Y tú, mi querida Edith, tuviste que nacer en una mediocre ciudad convertida en ruinas, sobreviviendo como ratas.

—¿Qué es lo que murmuras, capitán Rosenberg? —a mi lado descubrí al general para el que había servido durante casi todo el tiempo que llevaba en la Alianza.

Casi un año y medio desde aquello, subiendo de rangos hasta uno que me dejara en una posición con suficiente independencia, pero peligrosa.

—Nada, señor. Solo estoy sorprendido por esta maravilla de capital.

—Claro, y muy pocos tienen el privilegio de sobrevivir para volver aquí.

Todo este tiempo y no lo había logrado. Completar con éxito los trabajos peligrosos te convertía en alguien a tomar en cuenta, la muerte era lo que buscaba y sin embargo conseguí ser capitán de batallón.

—General, ¿por qué se nos ha ordenado dejar el frente y volver a este mundo burgués?

—Esto te molesta. —afirmó.

—La capital está casi en el mar del norte, a un continente de distancia de la guerra. Es una ineptitud ordenar esto.

—Ah... Capitán Julius, no se queje de esto y disfrute —saludo animado a los niños que se le acercaban anonadados por el uniforme—. Sé que le fascina la guerra, pero esto es importante, ya verá.

—¿Importante?

—Una pausa. —dijo sonriente.

Las palabras de los altos mandos siempre eran tan confusas en esta Alianza. Es más, incluso las personas eran un misterio. Todo aquel con un cargo igual o superior a general se volvía alguien anónimo. A pesar de conocerlo desde hacía tanto, si quiera sabía su nombre.

—Bien, bien, Rosenberg, te diré algunos detalles, pero ten en cuenta que lo hago temiendo algún castigo por ello.

Confiaba en mí porque había sido un soldado muy leal, si tan solo supiera que todos esos méritos en batalla los había logrado esperando morir, pero sin suerte, jamás habían tenido el éxito que quería.

—Me honra, general.

Las habilidades receptivas de jinete se activaron, noté el cielo azul brillante y conseguí incluso adueñarme de todos esos olores cautivantes que se podían producir solo en un mercado como este. Si tan solo hubieras nacido aquí, Edith, en una vida mejor.

Parecía relajarme y el general lo percibió como una buena señal para proseguir.

—Por dónde empiezo... La retirada viene a cuenta de muchas cosas: Se quiere hacer un movimiento gigante del ejército, formalizar relaciones y dar un buen golpe.

No lo entendía, cualquier movimiento tan masivo del ejército debería darse cerca de la guerra, sino, se perderían muchos recursos con tan innecesaria marcha al norte y luego devuelta al sur.

—Veo tu cara confundida, Rosenberg, pero no te diré más de la guerra.

—¿Y lo de formalizar relaciones?

Las Promesas de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora