9. El altercado de las promesas - EVARD

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"Miedo; la vida suele suponer mayor miedo que la muerte en sí misma, aun en los aspectos más pequeños."

El hombre se encontraba apresado por un grupo de personas, lo habían golpeado y ridiculizado, era el padre de Sam y había visto tiempos mejores, todos los habíamos visto.

—¿¡Irán a por él ya o seguirán esperando a que se una a la Oscuridad?! —el joven de seis años estaba escandalizado; no había visto a su padre en días y ahora lo encontraba en tan tristes condiciones—. Sino van a rescatarlo, yo mismo iré.

—Tranquilo, niño —lo contuvo Elisa Acrila—, ya fuiste una vez y fue un milagro que salieras con vida, ¿no te basta con ese ojo morado y que no puedas tragar la poca comida que nos dan?

El chico había tratado de rescatar a su padre, pero se burlaron de él y no lo dejaron ir sin advertencias; le habían dicho que su padre les había robado comida y que lo matarían por ello.

—Entraremos en acción durante las horas de menos alerta. Según lo que sabemos, lo dejaron noqueado y seguro no creen que pueda escapar por pie propio —dijo Stefan—. En algún momento se distraerán lo suficiente.

Se escuchó una pelea en la gran sala, una de varias; arriba era un caos, las personas mataban, robaban, bebían y se destruían entre ellas. Desde nuestra posición elevada en uno de los variados túneles encontrados por los más jóvenes se podía ver con calma el caos provocado por la muerte y deserción de algunos personajes. Pero a mí no me interesaba mucho, solo estaba allí porque Lucas me lo había pedido, nos lo había pedido a todos.

Al anochecer el abrazo del frío cayó sobre nosotros, Sam se volvía más impaciente y el pueblo desunido de VarGóra más salvaje.

—Es nuestro momento. —nos despertó Stefan.

—¿Ahora? —dije incrédulo al ver de reojo hacia abajo—. Nos notarán.

—Tiene razón, hay incluso más gente que durante el día. —me apoyó Acrila.

—Justo lo que necesitamos, miren allá —los pocos hombres que durante la jornada diurna atormentaban al padre de Sam se habían transformado en uno solo, el cual se mantenía en charla alegre con cualquiera que pasaba—. Aunque los adultos ven mejor de noche, siguen siendo distraídos e idiotas.

—Vigilaré su entrada y salida. —apuntó Henrik Saldo a la vez que tomaba su arco y se iba por los salientes del túnel en la pared.

—Tú te quedas —le dijo Stefan al niño—, nos retrasarás.

—Pero, ¡es mi padre!

—Y tú eres un niño herido, lento y débil. Te traeremos a tu padre como quedamos. —el niño soltó unas lágrimas, pero afirmó con su cabeza.

El descenso fue precipitado y en silencio, nadie nos notó.

—Contamos con tu fuerza, Evarb —comentó el pelinegro—, iremos con las capuchas, Elisa estará en el centro y yo iré adelante.

Empezamos nuestra misión y no pude evitar una mueca, las mujeres siendo profanadas y los hombres trastornándose, ya no visitaban los baños por temor a perder sus cosas aquí arriba y no se veían soldados en ningún lugar, por lo menos no con vida, el pueblo había perdido la fe.

 Seguía de cerca a Acrila a través de las tiendas de campaña y las fogatas improvisadas en medio de la gran sala, cuando alguien se acercaba demasiado yo exponía mi gran altura casi sobrepasándolos, pero evitaba mostrar mi cara de párvulo que desentonaba con mi cuerpo.

—... Malditos —decía un señor a otros—, los seguimos durante toda nuestra vida y así es como nos tratan.

—Moriremos pronto. Todos. —le contestó una mujer con la mirada perdida y voz gruesa.

Las Promesas de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora