23. ¿Sueños o memorias? - RAFAEL

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"..."

Lo primero que noté fue la luz, la inmensa luz que lo llenaba todo y unas gigantes manos que fueron moldeando mi cuerpo. Los dioses, mis creadores, eran seres de gran poder e inteligencia, solo ellos fueron capaces de hacer que la perfección tomara vida, y no solo una vez.

Ellos eran como yo, mis hermanos poseían mis talentos y yo los de ellos, pero cada uno era único en su perfección. Nuestros padres fueron tan amables con este mundo al soltarnos en él.

Para todo ser fuimos un ejemplo de lo que debían lograr, mas no se nos permitió ayudarlos en el empeño. Debíamos observar y disminuir nuestras interacciones con los mortales en lo mínimo posible, fue aquello lo que mis hermanos no pudieron soportar.

—Miguel, que bueno verte. —le expresé cariño a mi hermano más allegado.

—Has venido, justo como te lo pedí, Rafael —estaba feliz, sus hermosas alas brillaban y creaban un halo de calma alrededor—. ¿Lo pensaste? ¿Te nos unirás, hermano?

—No —dije suavemente—. No lo entiendo, no hay razón.

—Se nos prohíbe actuar cuando tenemos el poder. —sus gestos se volvieron tristes.

—Es así como lo decidieron nuestros padres. Tratan de que aprendamos de ellos.

—Son solo un montón de indolentes. Nos obligan a mirar tanto sufrimiento y nos atan de manos para que no hagamos nada. Tenemos el poder para guiar a todos los seres de este mundo. Unetenos, hermano.

Cada ciertas décadas nuestros padres se presentaban en el mundo. Me encontraba en el santuario donde mis hermanos y yo nos reuníamos para esperarlos, sin embargo, esta vez estaba armado. Para seres de nuestro poder solo se era necesaria una espada hecha de metal de luna.

No estaba nervioso, eso era una imposibilidad para mí, pero en mi pecho se presentaban una extraña sensación de inquietud.

—¡Rafael! —miré detrás de mí y allí encontré a mis hermanos, cientos de ellos transformando en glorioso el insulso cielo. Todos venían armados—. Has llegado temprano.

Solo Miguel bajó al templo, los demás lo estaban rechazando adrede por el significado que tenía.

—He llegado —admití—, para detenerlos.

Miguel ladeo la cabeza, pero no estaba sorprendido. Hizo una señal para que los demás continuarán y nos quedamos solos mientras sus sombras nos sobrepasaban.

—Ya lo esperaba —me sonrió con gentileza—. Siempre fuiste el más leal y comprometido con tus deberes.

Sacó su espada y yo hice lo consecuente.

—Nuestros padres ya han llegado y les he advertido sobre esto. Vuestra rebelión no tendrá éxito.

—No se trata de demostrar poder. Debemos hacer algo por este mundo herido.

—El mundo siempre estará herido, por eso nos indicaron ser benevolentes. Nuestros creadores también podrían hacer lo que deseas con mucha facilidad.

—Pero son unos perezosos —se apresuró—, unos cobardes. Vanagloriándose en su poder e ignorando a los débiles.

—¡No! No has aprendido —me miró curioso, sin una arruga en su rostro—. No podemos quitarles la libertad a los seres del mundo. Seríamos líderes inmortales y ellos por siempre estarían esclavizados a nuestra voluntad. Ellos jamás lo aceptarían.

—Solo hay una manera de estar seguros. —y empezó una danza, una mortal y hermosa entre dioses y ángeles.


Las Promesas de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora