24. De vuelta al juego - MARCUS

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"El camino está trazado, siempre lo está."

Caminaba por la nieve con toda la cautela que me permitían mis fríos miembros. Estaba detrás de una manada de ciervos para poder llevarme uno de vuelta al campamento, pero se habían movido demasiado lejos.

Los árboles, las colinas, las grandes rocas, todo estaba cubierto de nieve. El que hubiera tantas tormentas era algo productivo y contraproducente, ocultaba nuestras huellas, pero también las de nuestros enemigos, en este caso, me complicaba la caza de mis presas.

De repente empezó a acosarme ese maldito ruido que llevaba persiguiéndome desde el campamento. La nieve caía al piso cuando pasaba saltando de rama en rama.

—Otra vez estás haciéndolo —le reñí y no me respondió—. No puedes seguirme a todas partes. ¿Por qué no te quedaste con Belch?

El Bannik por fin salió por detrás de la base de un árbol con su frondosa barba verde siendo cepillada por las largas uñas de una de sus manos.

—Deberías estar orgulloso de que el Bannik quiera verte. Alejarme e insultarme no es educado.

—Cada segundo que pasas cerca de mí me importa menos.

Continué por donde creía que se fue la manada, pero ya no estaba nada seguro de sí los alcanzaría. Mientras, la criatura seguía persiguiéndome por sus morbosos motivos.

Desperté de lo que nunca creí despertar. Yo iba a morir, lo sabía porque el Bannik mismo me lo profetizó no mucho después de su encuentro con el jinete Józef. Por las promesas que le hice a mi hermana mayor, la Líder Luisa, decidí ofrecer todas mis fuerzas a los vargorianos.

Escribí toda la información importante de los dragones en un libro, eso no era común. Todo lo relacionado con los dragones había empezado a valer más que la comida cuando empezó la Caída y nuestros defensores jinetes morían tan rápido. Los novatos abundaban y los conocedores se ganaban mayor prestigio, aun en esos momentos se permitían ser egoístas, por ello todo dato de los dragones se transmitía verbalmente.

—El Bannik quiere que sigas adelante.

—Y yo no iré por allí —comenté mientras giraba—. Debe ser tan confuso para ti... Quieres ver mi final, pero no sabes cuándo será. Ciego ante la vida, te recuerda que eres tan mortal como todos los demás.

Eso me dejó satisfecho, el Bannik se había callado y no daba señal de seguirme, pero antes de celebrar, volvió a aparecer sobre una rama de un viejo pino.

—El Bannik no es un mortal común. El Bannik es un historiador.

Emprendí el camino de vuelta porque realmente no quería alejarme tanto y definitivamente ya no alcanzaría a los ciervos que trataba de cazar. También tenía en mente el comentario del Bannik con su deseo de que siguiera adelante. ¿Qué peligros podía haber en ese camino como para que creyera posible mi muerte?

—Es una desgracia andante. El Bannik desearía no haberse encontrado con el muchacho.

—¿Hablas del jinete Drey? —mi cuerpo se convulsionó con solo mencionarlo.

Todo lo que había tratado de hacer con el niño era encaminarlo para apoyar a los vargorianos. Ahora estaba unido a él de una forma muy extraña, era casi como la esclavitud.

—Su sangre bañada en tantas magias. Una atrocidad.

—Lo dices porque nos revivió. Tus presagios ahora son mentira.

—¡Tú no deberías seguir caminando por esta tierra! —rugió peligrosamente. Estaba bien burlarse de él, pero no podía sobrepasar los límites—. No es lo que vi. El Bannik sabe que debiste haber desaparecido.

Las Promesas de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora