33. Aliados otra vez - ADAM

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"A lo bueno se le puede someter a presiones extremas para ser cambiado, pero su esencia siempre seguirá siendo la misma."

El sol por fin bajaba a la distancia y me dí la oportunidad de salir con calma por las grietas que estábamos usando como escondite.

No queríamos ser vistos por enemigos o por cualquier otra persona que pudiera alertarse por los dragones, justo por eso los jinetes habían escogido esta gigante meseta en medio del desierto y bastante alejada de la ciudad de Oorun.

Era asombroso poder volver, este lugar me emocionaba tanto como me inquietaba. La arena golpeando constantemente era una bofetada de realidad. No soñaba, realmente estaba aquí junto a todos los jinetes de dragón.

Aunque también estaba Lisandro, quien no quiso quedarse atrás al enterarse de la criatura Rafael. Deseaba venganza por los caídos y sentía que era su deber acabar con tal peligro, justo como lo hubiera hecho un Líder de VarGóra honorable.

—Ya van llegando. —anunció Józef desde el borde de la meseta.

Su hermano gemelo, Henrik, avanzó hasta situarse a su lado antes que los demás y midió la posición del sol en el cielo.

—Asisten a tiempo. —le indicó a René para que apuntara en una pequeña libreta que tenía.

Stefan, Iris y Juliana venían caminando por el desierto a paso firme, volvían después de dos días de infiltración en la ciudad de Oorun.

Habían estado en eso durante más de una semana, metiéndose en grupos en la ciudad a razón de ubicar a Natalia y a toda la familia Redwyne, sin embargo, no se me permitió hacer lo mismo gracias a que yo si era un poco conocido allá. Además de las serpientes marcadas que se arrastraban en Oorun también tenían que estar alerta de los vargorianos desertores que pudieran reconocer.

Mientras se acercaban, sus dragones sintieron su presencia y emprendieron vuelo para ayudarlos a subir la meseta, sabía que se los agradecerían, debían de estar cansados y el calcinante sol no era un alivio.

Miré a mi alrededor connotando la reacción que se había dado en los jinetes por el cambio de clima. Las Promesas de los dragones no eran tan diferentes a las personas del desierto: un cuerpo flaco, pero musculoso. Eso los hacía resaltar menos, el gran problema era que, aun siendo similares habían crecido en climas distintos.

A mi me afectaba menos el calor porque, según habíamos concluido, aquí yo había pasado bastante tiempo por mi cambio al crear el vínculo de jinete-dragón con Moro. Los demás se vieron obligados a cambiar las pieles gruesas y el cuero por ropas delgadas de lino, transpirables y cómodas.

Miré a Drey, que estaba justo en medio de la meseta rodeado por los dragones y los jinetes que llegaban, él era el mejor ejemplo del cambio que se vieron obligados a sufrir. Drey vestía una camisa blanca sin mangas, un cinturón con todas sus hachas y su cabello había sido cortado.

Advertidos por lo que les había contado de Oorun, el alcalde de la isla de Rugen les había sugerido cortarles el cabello, ahora lo tenían corto o recogido, aunque nadie lo llevaba como Evarb, quien seguía muy feliz con su cabeza casi rapada.

Pensaba constantemente en estas características porque sabía que a los jinetes no les agradaba este lugar. Solo se sentían cómodos en las noches y cuando Drey usaba los hechizos de magia helada para bajar la temperatura, incluso ahora al atardecer, estaban quemados y sudaban a mares.

Nos reunimos todos con los que llegaron para escuchar las noticias.

—Lo hemos confirmado por enésima vez —habló Juliana—. Tal parece que la ciudad está siendo controlada por el Gran Guerrero y una tal Mandataria. Oorun sufrió ciertas rencillas entre las elites de la ciudad, finalmente los Redwyne tomaron el control y acallaron a las otras familias.

Las Promesas de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora