12. Sin excepciones - RAFAEL

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"..."

El peso seguía siendo perfecto, su filo era hermoso como ninguno, era un arma que jamás me había fallado. Mi espada hecha de metal de luna era tan vieja como yo y siempre estuvo a mi lado, tanto así que me era posible recordarla en mi mano, manchada de sangre, una hermosa sangre, una que no tenía comparación a la mundana, su aroma era perfectamente fragante, los detalles que poseía podrían inspirar a miles de artistas de diferentes eras. 

Al levantar la vista en mi recuerdo para observar al dueño de tan gloriosa sangre, me petrifique. Estaba en el cielo bañado por una hermosa luz dorada, su cara brillaba y de su espalda resaltaban dos delgadas pero fuertes alas. En ese recuerdo, ese terrible recuerdo desmembrado, era yo quien acababa con tal ser.

Un sonido de arrastre en la nieve me sorprendió y me arrancó de mi imaginación. Porque eso era seguramente, mi mente jugando conmigo, haciéndome creer que asesinaba a un ser tan deslumbrante, cuando mi objetivo durante miles de años había sido emular a un ente como aquel.

Me concentré en el sonido y me asqueé, sentí un liquido en mi garganta borboteando con solo haber reconocido de quién emanaba tal sonido, tal aroma. Muy corto había sido el tiempo que duré sin esas basuras a mi alrededor desde que las envié a todas a limpiar mi territorio. Seguí con mis experimentos y horriblemente no me sorprendí con ver de resultado a más de esos pálidos animales de seis patas. 

No importaba cuantos humanos utilizara, cuanta magia que había recolectado de la Caída o mi propio poder imbuyera en la mezcla, el fin era el mismo. Al volver a escuchar al Incontrolable el gorgoteo subió hacia mi boca hasta terminar siendo un estruendoso rugido, con mis dientes refulgentes aun en la noche. La bestia se detuvo, enterada de mi repulsión.

—Tal vez si agregara metal de luna. —dejé mi espada en medio del escritorio, descartando la idea. El metal de luna era casi inexistente y solo absorbía poder.

Resolví por ir a hacer otro intento de crear la perfección. Entré a la habitación de los cuerpos humanos, algunos eran ofrendas de Lilith, pero esta vez había algo distinto, un bum, bum, bum. Me moví con gran rapidez entre los cuerpos y la levanté del brazo, asegurándome de tocar su piel a través de un pañuelo. Era una mujer de pelo largo y castaño. Esta no era del sur, seguro era de mi territorio. Unos de mis Incontrolables habían traído algunos cuerpos, me sorprendió que siguiera con vida, después de todo, fue hace meses.

—Pero y si, ¿y si se trata de la vida? —jamás lo había intentado con un humano tan resistente, mucho menos aún con vida. Todos parecían no poder resistir mi presencia por mucho tiempo.

Me propuse a iniciar, arrastrándola de la muñeca hasta mi oficina. Una vez enfrente de la ventana empecé a rememorar a aquellos seres angelicales, aquellos que en sueños me gritaban y que a través de tantos años me habían evitado, negándose a venir a la existencia.

Apliqué las magias en el cuerpo y este se retorció. Cerré los ojos para concentrarme más en cada detalle y escuché el grito de la humana. En serio era resistente. Obligué a la nieve a que la rodeara y después de unos minutos pude sentir que el resultado tomaba un camino distinto a todos los anteriores, no entendía si era perfecto, pero al menos sería único. Capté un olor extraño, era peculiar, azufre. Esto sí que era inesperado. Abrí los ojos y el experimento estaba ardiendo en llamas. 

Qué confundido me quedé ante aquello. ¿Cómo el fuego había entrado a la operación? Pero el efluvio que sentí no provenía del ejercicio fallido. Lo seguí a través de la fortaleza, saliendo de mi oficina hasta empezar a bajar una de las escaleras gemelas, una frente de la otra. El olor estaba acompañado de magia, era vieja, un poco distinta pero la logré reconocer justo cuando llegué en donde se unían ambas escaleras para empezar a dirigirse de frente a la puerta principal.

Las Promesas de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora