2. La nieve - RAFAEL

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"..."

He vuelto a tener esas visiones del pasado: un cielo lleno de colores con siluetas veloces y tranquilas atravesando las nubes, que se transforma en un firmamento abrumado por llamas intensas, el fuego se esparce sin control y las siluetas caen bajo la furia de unas grandes manos. Siento su tristeza y su odio, odio hacía mi y para sus destructores. Esas siluetas hermosas... ni mi nieve, helada, blanca, serena y aliviadora, era capaz de compararse con esas siluetas, o conmigo mismo.

Qué enojo producía en mí, esas visiones de mis sueños eran ilógicas. No existen seres tan perfectos como yo, nadie ni nada tiene mis capacidades, mi resistencia o mi poder, el mundo no ha producido en mis diez mil años de vida ser igual a mí. Ni siquiera la reina de los monstruos ha llegado a tal nivel. Pero, aun así, me seguía atormentando la idea...

—Otro ser como yo... —comenté, rompiendo la armonía del silencio con mi relajante voz.

La nieve no paraba de brotar de mi mano llenando el piso de la enorme habitación que me servía de despacho. Con mi otra mano, infundía parte de mi magia oscura que se mezclaba con la sangre de los cuerpos bajo la nieve, haciéndola temblar y entremezclarse. Pronto terminaría un nuevo intento.

Escuché pasos a lo lejos, también sus corazones inmensos y deformes latiendo, olí su aroma a sangre podrida; no pude contener una mueca. Subía las escaleras con un objetivo obvio: yo, después de todo no había nadie más en la fortaleza. Esas asquerosidades no habían logrado comprender que no me agradaba ser molestado mientras trabajaba. Tenía tiempo hasta que llegara, aun estaba muy lejos en uno de los pisos inferiores subiendo a toda velocidad.

Al mirar a través de las grandes cristaleras divisé la nieve, cubriéndolo todo cuanto podía ver. Los pocos árboles bañados en esa escarcha blanca y pulida como si llevaran vestidos de novia. Los altos acantilados haciendo de contraste para los miles de millones de diseños distintos que poseían los copos de nieve. Cada detalle me llamaba la atención y me tomé la molestia de escudriñar en cada uno. Mi pensamiento acelerado... acelerado en comparación a todos los demás, me permitía hacer tareas tan complejas como esa o mayores.

Posé la vista en el mar, este estaba congelado medio kilómetro hacia adentro, me calmaba. Las aguas y los oleajes eran cambio constante en comparación a la tranquilidad del hielo sólido. Ya estaba cerca... iba ser un éxito este intento, lo presentía... Sí lo lograba, habría alguien más como yo en este mundo y me ayudaría a cumplir con mi tarea.

Aunque no pudiera recordar mis inicios, sí sabía por qué existía. Yo tenía que llevar paz a este mundo, una paz total e inquebrantable. Esa paz llegaría, pero necesitaba ayuda, aun con todo mi poder no sería capaz de acabar con el caos de todo el mundo.

La puerta de madera se abrió con estrépito y la criatura blanca se quedó en el marco de la puerta, agarrándose incluso del techo con sus horribles apéndices que traía en la espalda. Me llenó de cólera lo que provocó, el desgraciado me distrajo en la parte más importante y ahora no estaba seguro de qué saldría de la acumulación de nieve y los cuerpos a los que les imbuía mi magia. El siguiente sonido fue el caer de uno de esos tentáculos después de que yo mismo se lo cortara por tal intromisión. Escuché cómo tensionaba su mandíbula y apretaba sus dientes por el dolor, eso le bastaría como escarmiento, por ahora.

—¿Qué quieres? —no quería verle, así que seguí con la vista más allá de la ventana y dando le la espalda, me concentré en la acumulación de la mezcla, esperanzado de corregir el error que pudiera haber provocado.

La criatura empezó a describir con sonidos y rugidos la información que quería transmitirme. Su voz era una aglomeración de notas desacordes que le darían dolor de cabeza a cualquiera, pero después de tantos años, aunque me lamentaba por ello, yo había aprendido a soportarlo y más asombroso, a entenderles. Su voz fue acompasada con el goteo de su sangrante miembro perdido. Las noticias eran un poco interesantes, hacía referencia a la reina, la cual, aunque no me exigía, preguntaba con amabilidad sobre mis avances y me informaba sobre los suyos.

Las Promesas de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora