17. Invasión de monstruos - DREY

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"Nuestras fallas atacan nuestra alma, afectan nuestra conciencia, nublan nuestra mente. Crees que te ahogarás bajo tanto peso, pero todo lo que se necesita es dar un paso y luego otro."

La calidez y sensación de calma que tenía al estar cerca de mí madre, la protección que percibía con la proximidad de mí padre y el saber que no estaba solo al pensar en mis hermanos mayores; todo eso lo había perdido.

O por lo menos eso pensaba antes. Observé por un momento a Lucas mientras René seguía con su vasto informe decorado con las historias de todos los libros que había leído para dar origen a sus ideas y me devolvió una sonrisa cómplice, divertido por cómo era René. Al verlo a él y a los otros, además de recordar a los que no estaban, descubría en mí la razón para vivir.

Mi deber era avanzar, no dejar que sus sacrificios fueran en vano y cumplir con las expectativas que yo había despertado. Pero las promesas que había hecho también pesaban en mí mente y me sofocaban, estaba cansado.

—Llegaremos en unos pocos días. —con eso René acabó su exposición y me sacó de mi ensoñamiento.

—Muchas gracias, René. No sé qué haríamos sin ti.

—Poco, en verdad —dijo palmeando uno de los libros que tenía en su cinturón—. No sobrevivirían.

La nieve había caído con fuerza la noche anterior y ahora la luz bañaba hermosamente el panorama. René volvió caminando a Ostatni por la puerta principal junto a su dragón, Gerik, el cual se parecía a Loira, de Gilles, su hermano, pero el suyo era un poco más grande, de un verde más vivo y cuernos afilados.

A esto habíamos llegado; el pueblo no confiaba a gritos en nosotros, pero por fin toleraban nuestra presencia. Era un intento de apoyarse entre ellos para que no nos retractáramos a último momento. Pero eso era imposible, la canasta de árbol estepario ya estaba hecha.

—Deberías entrar hermano, puedes resfriarte. —miré a Evarb con diversión.

Era curioso, se había vuelto muy apegado a mí desde antes de la misión a VarGóra. Me sobreprotegía.

Tampoco pude hacer que los demás me apoyaran en no dejarlo ir a la ciudad. Fue como si hubiera presentido mí intención, y con él cerca todo el tiempo no pude sacar a relucir los contras, aunque al final esa expedición tuvo sus frutos.

Monitoreamos el movimiento de los Incontrolables blancos, calculamos la resistencia de vuelo en largas distancias de los dragones y recuperamos algunos libros del Concilio de Magos. Sorpresivamente, Evarb también había cumplido, no solo encontrando el libro sobre magia Vedmak que le pedí, encontró el diario del señor Belch. Ahora yo debía ocultar esos dos libros de Elisa.

—Tranquilo —le respondí—, no estoy lisiado. Tengo curiosidad por Teos —mi dragón estaba acostado en la nieve, mirando el cielo amaneciendo—. Parece que está esperando algo, lleva días así.

—Tal vez quiera volar.

—Cállate, Józef. —le reprendió su gemelo rápidamente.

Al escuchar eso me recorrió un escalofrío por la espalda. La idea de volar no me alegraba. Llevé mi mano a la cadena que rodeaba mi muñeca y jugueteé con ella para calmarme, era un rasgo que había obtenido recientemente. El regalo de Lucas en verdad era un collar corto y plateado, pero concluimos que podría estorbar en las peleas, así que lo empecé a usar de manilla.

—¿Qué? Solo digo que no han volado juntos desde el primer día de prácticas.

Su hermano iba a empezar a reñirlo de nuevo, pero los paró una voz autoritaria, distinta a la normal que utilizaba cuando él estaba calmado.

Las Promesas de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora