"Nosotros nos esculpimos; diseñamos nuestra alma y nuestro carácter."
Estaba viendo directamente el caos de la batalla. La Alianza de Reinos no había esperado ni un segundo antes de acometer en contra de la fortaleza y de usar todos los explosivos posibles que les había dado Belch. Las explosiones aún seguían cayendo contra las filas enemigas e incluso alcanzaban la piedra de su base.
El fuego se expandía por todos lados en el frente de la pelea, fuego de las explosiones y las llamaradas de los dragones. El enemigo había respondido mejor de lo que esperábamos. La mayoría se había alcanzado a atrincherar dentro de las murallas y atacaban con flechas o lanzas.
Pese a tan buena respuesta, la batalla iba como se planeaba. Los dragones en el aire acabando con todo Kongamato, los soldados a pie, apoyados por las salamandras, peleaban con las primeras oleadas de Incontrolables y humanos enemigos.
Al este y oeste de la fortaleza, a no mucho más de ocho kilómetros, se encontraban divididas las fuerzas de los monstruos aliados de Sventovid, esperando el momento para atacar. Solo hacía falta mirar a mi izquierda sobre mi hombro para destacar entre todos a los mejores: A los lobos gigantes, Tikoloshe, osos de nieve, espíritus, demonios y los gigantes de nieve.
Nunca hubiera concebido la idea de pelear a su lado, pero después de tanto tiempo conviviendo con ellos, los encontraba como una compañía de buen agrado
—El Bannik sabe que no estás concentrado.
—Silencio. —tenía la esperanza de que hubiera ido con Belch, pero me siguió a mí.
—Bannik quiere saberlo todo de tu final. ¿Qué te molesta llegados a este punto?
El monstruillo se sentó con los pies estirados en medio de la nieve y peinó su barba con mirada expectante.
—Bueno —empecé—, es verdad que me molesta algo.
—¡Bannik el verde lo sabía! —levantó los largos brazos justo cuando otra bomba detonaba.
Llevé la vista a la fortaleza para seguir analizando todo y captar la esperada señal, no podía perderla.
—Belch se equivoca. No estoy molesto por ser algo parecido a un esclavo —me miré las manos congeladas y la carne quebradiza.
—Ah, ¿no?
—Sigo haciendo lo mismo que hacía antes de morir en Ostatni Bastión. Lo que me impulsa, aparte de la sangre del Rumore, es el deseo de proteger. No guardo rencores ni obsesión por la batalla, solo las promesas hechas a mi hermana, la Líder Luisa.
—El Bannik lo entiende.
—¿En serio? —lo detallé por un instante.
—Sabías cómo morirías y no trataste de evitarlo, el Bannik te vio aprovecharlo para darle oportunidades a los que restaban.
—Si. La idea de que estaba peleando solo porque Drey quería sobrevivir me logró perturbar. Sin embargo, agradezco esto, los enemigos de Sventovid están frente a mis ojos y su final en el mañana. El destino pudo haber sido cruel y revivirme como un no muerto asesino, pero me dio la oportunidad de seguir luchando por mis promesas.
—El Bannik ha encontrado en tu compañía algo muy curioso —dijo a mis espaldas—. Has sido inquebrantable en tus ideales aun después de la muerte. Fue grato ver tal convicción, pero ha de llegar a término.
Fue instantáneo, justo cuando terminó de verbalizar la última palabra el gigante de nieve a mi lado rugió con estruendo a la vez que señalaba al cielo. La señal de Belch había sido lanzada, los soldados de la Alianza de Reinos se retiraban y los monstruos a mi alrededor se movieron en estampida hacia la antigua fortaleza.
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Las Promesas de los Dragones
AdventureDrey es un joven de trece años que ha quedado huérfano por culpa de las casi interminables batallas de la Caída, un suceso que marcó y dividió al mundo. Dos años después del fin de la Caída, a él y a otros jóvenes se les dará la oportunidad de conse...