32. Un descanso de la creación con sorpresas - RAFAEL

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"..."

—Oh, pequeña Lilith, lo que hago es por tu diversión —ella contuvo un gemido—. Sabes que si fueras enserio los acabarías a todos muy fácilmente.

Nos encontrábamos en mi fortaleza, la reina de los monstruos había llegado a la penúltima cita de su castigo por los errores cometidos por su primer emisario. Para ayudar a igualar el tablero de juegos entre ella y la Alianza estaba quitándole su poder, conteniéndolo lentamente para asegurarme de que ella no lo pudiese liberar cuando quisiese.

Por momentos sentía amenaza en su voz y se la veía enojada, pero sabía que ella nunca se atrevería a retarme, solo se trataba de una rabieta de una pequeña niña. Qué tan insignificante se veía ahora que su poder había sido suprimido.

Al fijar la vista fuera de la sala se podía divisar a una buena distancia al único gigante de huesos que Lilith se atrevía ahora a usar como guardaespaldas. Tenía pequeñas convulsiones y era errático.

—Deberías dejar de usar a esos Incontrolables, sin tu poder al completo será complicado mantenerlos en control —la miré, pero ella arrodillada en el piso donde estaba no me respondió ni se me encaró—. Temo por ti, pequeña.

De repente pude ver y notar cómo Lilith empezaba a desprender ese olor dulzón a su alrededor. Qué magia tan graciosa usaba ella, solo me bastó con soplar un poco para disiparla en la fría atmósfera.

Iba a agregar otro comentario, pero me llegó una imagen a mi cabeza. Mis asquerosos Incontrolables estaban viendo cómo se acercaba un séquito de humanos desde el norte, parecían muy golpeados por las tormentas y las criaturas de Sventovid. Iba a dejarlos ser asesinados, sin embargo, resalté a un humano entre ellos, era la mascota que había escogido para sondear los planes de la reina en el norte, acabar con los últimos humanos en mí territorio y comunicarme ideas para alterar mis creaciones, un tal Plecy.

—Ya es hora de irme —la reina se levantó con aspecto amedrentado—. Gracias por tus preocupaciones, señor Rafael.

—No trates de quitarte las cadenas que te he impuesto, Lilith. Sabes que no pueden desaparecer.

—¿Ni siquiera con tu muerte? —ahí estaba otra vez, la pobre niña estaba molesta.

Sus palabras eran atrevidas, pero supuse que era un lapso, por lo que lo ignoré.

—Las imposibilidades son literalmente eso, cosas que no se pueden dar, como mi muerte. —era una obviedad.

Mí muerte era algo imposible, no existía nadie lo suficientemente poderoso como para acabarme en mis plenas facultades y mucho peor, sí algo como eso pasara este mundo quedaría devastado, no habría nadie que les diera el regalo de la absoluta paz.

La reina se fue y no mucho tiempo después apareció el pequeño humano, Plecy Ambitny. La cosita solo hablaba y hablaba sin parar.

—.... Las cosas se complicaron en Oorun, esa pequeña descarada... —quejas y quejas.

Todo eso no me llegaba a importar, solo pensaba en las molestias que este humano me creaba. En primer lugar, tenía que contener mi poder para que no se muriera en mi presencia y en segundo lugar...

—Por favor, ya hasta me había olvidado de ti. —su cara de sorpresa fue tan similar a las miles que había visto en los rostros de otros humanos. Él solo siguió hablando y hablando.

... En segundo lugar, escuchar tontos reportes con los absurdos movimientos de la reina en el norte aburría, los juegos de ella no me eran de mucha atracción. La reina encontraba divertida la guerra, es lo que deducía, pero para mí, eso no era más recreativo que el jugar con piedras.

Necesitaba algo más emocionante para inspirarme, para aclarar mi mente y obtener una visión, una visión con la cual poder traer al mundo el ser perfecto.

—Ah... Sal de mi vista asqueroso humano si no quieres morir. —me di la vuelta y escuché que se iba, pero también escuché más.

Eran unos pasos que ya se me hacían muy reconocibles y, sorprendentemente poco molestos. Kamien subía las escaleras con paso decidido, tenía noticias, mis Incontrolables lo ubicaban con el jinete en el anillo exterior de mi fortaleza no hace mucho y, la reina ya se había ido por la puerta trasera, no tenía que ver con ella.

Si, se acercaba con el jinete y con alguien más, una mujer de magia extraña que estaba bañada en el poder de la Caída. La reina de los monstruos Lilith no había sido la única que se volvió fuerte en ese periodo. Pese a sentir eso, percibí algo mucho más interesante.

Tocaron la puerta y les admití el paso. Para nada estaba equivocado, era una mujer peculiar.

—Disculpe por molestarlo —dijeron los dos emisarios de la reina al unísono, pero quien siguió hablando fue el jinete—. Hemos capturado a esta mujer cerca de la fortaleza y dijo querer una audiencia con usted.

Su rostro demostró un poco de molestia, pero no pareció que mi presencia le causara más daño que ese. Esta mujer...

—Mi nombre es Graziella, mi señor.

—No hables sin permiso del señor Rafael. —la reprendió, pero ella prosiguió.

—He venido a apoyarlo en su búsqueda de la creación de un ser perfecto. —había sido capturada, según lo dicho por Gilles, pero solo bastó leer un poco la situación para notar lo contrario.

—¿Cómo sabes lo que me propongo?

—Durante muchos años me ha interesado su persona y he logrado descubrir sus motivaciones. Deseo ayudarlo.

—¿Tú, una simple humana?

—Tengo poder y muchos siglos en mi espalda. Sé que mi magia y conocimiento pueden serles de favor. —me acerqué a ella poniendo una mano sobre su barbilla y ella hizo un gesto de dolor ante la lenta cristalización en hielo de su cobriza piel.

—Has sido bendecida por una diosa, la diosa de la Oscuridad. —mi pecho se expandió de emoción.

—Si, así es, mi señor. —por un momento pensé en utilizarla en los experimentos, ya que es una estupenda variable a la ecuación.

La observé más y me di cuenta que la magia de esa diosa no me ayudaría, es muy contraria a mí objetivo que es dar vida y no me agradaría fracasar de nuevo.

De la nada, vino a mí cabeza la imagen de Lilith, aunque nosotros dos somos seres únicos ella no parece sentirse solitaria, ella se divierte para pasar la eternidad. Así que, con esa afirmación elegí mi camino.

—Podría usarte como masa para mis experimentos —por fin la solté—, pero es muy probable el fracaso. Me he decidido por divertirme, ¿y qué puede ser más divertido que fastidiar a una diosa de la muerte? Ella desea tu alma, puesto así, se la negaré.

Las Promesas de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora