11. El despertar de un hermano - DREY

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"En la incertidumbre se halla el valor, y sino el valor, el deber."

La niña lloraba mientras hablaba desesperadamente con unas personas enfrente de una casa; no recordaba haberla visto antes, pero tenía el presentimiento de que sería una más de las calles, como nosotros. Lloró con más intensidad después de recibir una negativa del grupo y desconsolada se sentó contra la pared, rindiéndose.

La tristeza que emanaba era demasiada, invitaba a mis propias lágrimas, pero no podía ayudarla, tenía mis propios problemas. La Caída terminaba, pero las dificultades seguían allí, acosándonos.

Volví a mirarla, no pude evitarlo. Con la cabeza apoyada en las rodillas, su cabello rubio castaño era perfectamente visible aún en la poca luminosidad de las antorchas. Escuché un susurro a lo lejos, pero era totalmente despreciable ante el panorama que tenía delante. No era de mi incumbencia, se iban a preocupar por mí si no llegaba pronto. Empecé a caminar.

—Hola —la chica levantó su cara lentamente. ¿Cómo no la había visto antes? Su piel blanca perlada por las lágrimas era imposible de ignorar—, ah... yo, yo me preguntaba, ¿por qué estás llorando? ¿Estás perdida?

Era común durante estos meses, después de la batalla de Los Cuernos Resplandecientes la ciudad había sufrido mucho.

—Si. Mis padres, mi familia. No los encuentro. —dijo con un susurro.

Qué dolor. Familia, si. Eran muchos meses desde aquello, pero recordaba sus cuerpos calcinados, no habían gritado, al principio me pidieron tener fé y confiar en la ayuda que nunca llegaría. Tragué con fuerza y traté de sonreír.

—¿Qué tal si te ayudo a buscar? —abrió mucho sus ojos y de nuevo no pude entender, ¿cómo sus ojos castaños podían brillar más que el fuego en estas calles tan frías? Me dijo que sí con el movimiento de su cabeza.

Estaba corriendo, pregunté durante horas a todos los que encontraba. Pero no había señales de la familia Acrila. Llegaría tarde, ya se había pasado la hora acordada de volver, él se volvería a enojar conmigo.

—¡Tu, maldito! —hablando del diablo. Volteé con rapidez y lo vi, también corriendo, pero hacia mi y sin frenar ni un poco—. ¡¿Por qué te desapareciste?! ¡Tu primo no hace más que preguntar por ti y ya no podemos distraerlo!

—¡Lucas! —me dio un golpe en la coronilla cuando me alcanzó. Me lo merecía—. Auch, perdón. Es que, ya sabes, no he podido conseguir que me dieran las provisiones, estoy pidiendo ayuda a la gente.

Me miró enojado, luego me volvió a dar otro golpe. No me creyó.

—Encontraste a otro, ¿no? —suspiró y su expresión cambió—. ¿Dónde está?

—Está ¿quién? —volvió a darme otro golpe, pero fue leve.

—Drey, no podemos cuidarlos, no a todos. Si seguimos ayudando a los niños huérfanos y trayendo a más... Sé que es duro, pero también somos niños, no podemos hacer demasiado.

Miró el camino con preocupación. No podía llevarle la contraria, pero...

—Todos merecemos ayuda, Lucas. —pedía su apoyo, era algo recurrente entre los dos. Sonrió rendido.

Volvía a estar corriendo, ya dentro del palacio, se acababan las opciones. De nuevo escuché el susurro, más apremiante esta vez, miré los pasillos y estos estaban vacíos. ¿Qué pasaba, no había nadie? Eso me estaba desesperando. Y por estar distraído no vi hacia delante y choqué contra algo, o alguien.

—Cuidado, chico —ah, me había dado un buen golpe. Al mirar arriba, un hombre me ofrecía la mano—. ¿Por qué tanta prisa?

—Lo siento, perdón por la molestia —estaba rodeado de muchos soldados, era peligroso molestarlo—. Me marcho de inmediato, perdóneme, por favor.

Las Promesas de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora