Dominik

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Dominik

Hace 7 años.

Doce, ese era el número de veces que había esquivado la muerte desde que llegué a este lugar hace apenas dos meses. Ya no estaba seguro de si era suerte o una desgracia haber sobrevivido cada vez. Sabía que mi humanidad iba desapareciendo con cada día que pasaba en este infierno en el que mi madre me había dejado. No fue difícil convencerla de que yo quería esto, aun cuando no muy en el fondo los dos sabíamos que lo hacía por ella.

Nunca tuve que preguntarle por qué razón me dejaba escuchar sus conversaciones con Mick, el hombre que abusó de ella y que siempre había estado presente en su vida como una sombra o una enfermedad recurrente que volvía una y otra vez amenazando con destruirla. Nunca se lo tuve que preguntar porque siempre supe la respuesta. Lo veía en sus ojos cada vez que pasaba algo relacionado con ese hombre, esa chispa de súplica, de expectación. Mi madre necesitaba alguien que la salvara de él pero sobre todo, de su propia mente que era víctima de los traumas y cicatrices que venía acarreando durante años. ¿Pero qué podía hacer yo a mi corta edad contra un hombre como él? Sabía que lo mejor hubiese sido hablar con mi padre, él podría cortar todo esto de raíz y yo no tendría que cargar con el peso de que debía hacer algo que estaba fuera de mis capacidades físicas y mentales.

Prométeme que nunca le contarás a nadie sobre esto —recordé la promesa que tuve que hacerle cuando me confesó todo lo que había sucedido y del peligro que corría día a día mi hermano menor.

Por un corto tiempo la odié por haber compartido su secreto conmigo. ¿Cómo podía ser tan egoísta para no contárselo a su esposo pero sí a su hijo de once años? Ese secreto que ahora compartíamos era una sentencia de muerte para el Dominik que era actualmente. El que quería llevar una vida normal, aquel que deseaba ser un doctor algún día y salvar tantas vidas como pudiera, aquel cuyo pasatiempo favorito era algo tan sencillo como ver películas con su hermano menor y con sus padres. Ese Dominik debía desaparecer.

Sin haberlo pedido, me había convertido en el mejor amigo y confidente de mi madre; Y estaba dispuesto a llevar la carga que suponía aquello. Solo tenía que ver a mi hermano para saber que daría mi vida por él. Siempre fui muy apegado y sobreprotector, si de mí dependiera, lo tendría siempre en una burbuja o en una caja fuerte lejos de los males del mundo. Y mi madre sabía eso. Sabía que con solo decir "Dylan" yo haría lo que sea al igual que ella.

Estuve buscando información sobre esta academia en Rusia, échale un vistazo —le había dicho hace cuatro meses entregándole un folleto sobre una academia militar rusa en la que entrenaban chicos para literalmente ser mercenarios. Nunca olvidaré el brillo en sus ojos después de hacerle creer que había sido mi idea cuando la verdad era que había descubierto los correos que intercambiaba con el dueño de la academia, además de que ella hace casi un año había contratado a un profesor de ruso para mí. Quería proteger lo más que pudiera la mente ya dañada de mi madre. No quería que en unos años se arrepintiera y se culpara de todo esto, prefería cargar yo con aquello aunque significara abandonar mis sueños.

Regresé a la realidad y dejé de pensar en todo aquello cuando una fría gota de agua cayó entre mis cejas, miré con pesar la gotera que había en el techo. Tanto dinero que costaba estar en este maldito lugar y ni siquiera podían molestarse en arreglar una gotera. Aunque conociéndolos la habían dejado ahí a propósito. Me acosté de lado en la cama y observé a los otros doce chicos que dormían plácidamente en las pequeñas literas del diminuto lugar que teníamos por habitación. Éramos veinte cuando llegué, pero muchos no soportaron la dureza de los entrenamientos. Yo era el único extranjero aquí, el bicho raro que no hablaba mucho porque apenas entendía el idioma. Sabía que todos me subestimaban por no ser ruso, incluidos los de la administración. Pero yo tenía una buena razón para no rendirme, mi familia. Mientras que la mayoría de los que estaban aquí solo buscaban convertirse en asesinos a sueldo o estaban atrapados en el mundo de la mafia, como aquel chico ruso de ojos color miel que se levantó de la cama gritando como casi todas las noches.

Mi Director [Homosexual/Gay]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora