Año 4: el por qué es bueno evadir clase de vez en cuando

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Era el día previo a la primera prueba y compartirían clase de Cuidado de Criaturas Mágicas con los Ravenclaw de quinto año de dos a tres de la tarde en una jornada extraordinaria, pero Harry le suplicó a Hagrid que lo excusara sólo por esa vez, no tanto por sentirse mal por los nervios como por no tener que ser visto por Cho Chang. Había protagonizado un momento demasiado incómodo por esos días con ella. Desde que había aparecido el artículo de Rita Skeeter sobre él, Harry tuvo que soportar que la gente (especialmente los de Slytherin) le citaran frases al cruzarse con él en los pasillos e hicieran comentarios despectivos.

—¿Quieres un pañuelo, Potter, por si te entran ganas de llorar en clase de Transformaciones?

—¿Desde cuándo has sido tú uno de los mejores estudiantes del colegio, Potter? ¿O se refieren a un colegio fundado por ti y Longbottom?

—¡Eh, Harry!

Más que harto, Harry se había detenido en el corredor y empezado a gritar antes de acabar de volverse:

—¡Sí! ¡He estado llorando por mi madre muerta hasta quedarme sin lágrimas, y ahora me voy a seguir…!

—No… Sólo quería decirte… que se te cayó la pluma.

Era ella. Harry se puso colorado.

—Ah, perdona —había susurrado él, recuperando la pluma.

—Buena suerte el martes —le había deseado Cho—. Espero de verdad que te vaya bien.

Harry se había sentido como un idiota, y la vergüenza no aminoró desde entonces. Si aludía a cuestiones de suerte, con la terrible que tenía era muy probable que Hagrid en su ingenuidad lo emparejara con ella para cuidar escregutos de cola explosiva. Ya se veía con la cara quemada y los escregutos pegados a sus brazos chupándole la sangre mientras Cho fingía que no pasaba nada. No podía correr ese riesgo.

Así que ahí estaba después de que Hagrid, muy amable, le dio el permiso sin preguntar más, sentado en el suelo en una de las entradas al pasillo como por la que había salido para ir donde Cedric y decirle lo de los dragones. No fue a su habitación porque se aburría de muerte y lo que necesitaba era literalmente un respiro, un respiro sólo de oxígeno, porque de los problemas jamás lo tendría.
El pasillo estaba inusualmente vacío y callado. Harry supuso que era porque nunca había evadido una clase y así era como se veía todo cuando todos estaban en clase. No se oía ningún alma, sólo la parsimonia del viento meciendo las hojas de los árboles y sus latidos en sus oídos. Estaba sentado abrazando sus rodillas contra su pecho, de forma muy similar a cuando se sentó en el andén con su maleta en la soledad de una calle fantasmal, antes de ver “el Grim” y el autobús noctámbulo, luego de irse de casa de sus tíos en un arranque de ira y rebeldía luego de inflar a tía Marge.

Por primera vez desde que montó a Buckbeak entre la tierra y el cielo miraba éste con detenimiento, porque bien podía ser la última vez que pudiera mirarlo. Había dejado la túnica a un lado, llevaba la corbata suelta y bailándole alrededor del cuello, y llevaba la camisa arremangada hasta los codos, más despeinado que nunca.

No contaba desde luego con tener compañía.

—¿Potter? —dijo la voz extrañada y pacífica de Cedric, y Harry se sobresaltó, girando su cabeza hacia la izquierda con tanta rapidez que hasta el cuello se le quejó.

—Merlín, Cedric, me asustaste. ¿Qué ocurre? ¿Te han enviado a buscarme?

—Eh… No —contestó más bien con acento a pregunta.

—¿Entonces? Por favor no me digas que vas a quitarme puntos o darme una detención. Tenía clase con Hagrid y me dio el permiso.

—Tonterías, amigo. ¿Por qué haría eso?

Todos los caminos llevan a Malfoy - DrarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora