Año 5: infestado

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El último día de las vacaciones apareció en la casa nada más y nada menos que Severus Snape, alegando que Dumbledore le había ordenado darle clases privadas de Oclumancia.

A Harry se le vino el corazón abajo. Era el colmo de su mala suerte. Había hecho demasiadas cosas mal vistas ese año y ahora el profesor que más detestaba en el mundo después de Umbridge las sabría. No le pintaba que él de todas las personas viera el desastre que era su vida, mucho menos que se había sentido atraído por Cedric. Sabía que lo miraría con más asco que antes.

Pero no pudo hacer nada. Estaba rotundamente decidido. Debía soportarlo si quería evitar que Voldemort lo poseyera en serio. El día siguiente se topó a Cho, quien le dijo con indirectas que le pidiera salir con él a Hogsmeade en San Valentín el próximo mes: indirectas que no entendió sino hasta que la vio marchándose cabizbaja. Logró alcanzarla y pedirle salir con él, y ella aceptó en un santiamén. No obstante, el día pasó bastante rápido y no tuvo tiempo de sentirse como un adolescente normal ante la perspectiva de su primera cita con una chica bonita.

A las seis ya estaba en el despacho de Snape.

—Levántate y saca tu varita, Potter. —Harry, nervioso, obedeció—. Puedes utilizar tu varita para intentar desarmarme, o defenderte de cualquier otra forma que se te ocurra.

—¿Y qué va a hacer usted? —preguntó Harry mirando con aprensión la varita de Snape.

—Voy a intentar penetrar en tu mente —contestó con voz queda—. Vamos a ver si resistes. Me han dicho que ya has demostrado tener aptitudes para resistir la maldición imperius. Comprobarás que para esto se necesitan poderes semejantes…

Harry se perdió por un segundo. Que el profesor mencionara sus ”habilidades” para bloquear el Imperius lo hizo pensar en su teoría sobre Cedric y que quizás Voldemort lo hubiera usado en él para hacer que lo asesinara inconscientemente.

—Prepárate. ¡Legeremens!

Snape había atacado antes de que Harry se hubiera preparado, antes incluso de que hubiera empezado a reunir cualquier fuerza de resistencia para ocultar dicho miedo. Pero mientras el despacho daba vueltas ante sus ojos y desaparecía, consiguió con toda su voluntad deshacerse de ese pensamiento conspirativo. Por su mente pasaban a toda velocidad imágenes y más imágenes, como una película parpadeante, tan intensa que le impedía ver su entorno.

Tenía cinco años, estaba mirando cómo Dudley montaba en su nueva bicicleta roja, y se moría de celos… Tenía nueve años, y Ripper, el bulldog, lo perseguía y lo obligaba a trepar a un árbol, y los Dursley lo contemplaban desde el jardín, bajo el árbol, y se reían de él… Estaba sentado bajo el Sombrero Seleccionador, que le decía que se encontraría muy a gusto en Slytherin, pero él no aceptaba porque no quería tener algo en común con Malfoy y Voldemort. Hermione estaba tumbada en una cama de la enfermería, petrificada, y él le acariciaba la mano para luego notar que tenía un papel arrugado que contenía información de un basilisco y la frase “tuberías”… Un centenar de dementores se cernían sobre él detrás del oscuro lago… Cho Chang se acercaba a él bajo el ramillete de muérdago…

«No —dijo una voz dentro del cerebro de Harry cuando se le acercó el recuerdo de Cho—, eso no lo vas a ver, no lo vas a ver, es privado…»

Entonces notó una punzada de dolor en la rodilla. El despacho de Snape había vuelto a aparecer, y Harry se dio cuenta de que se había caído al suelo; una de sus rodillas había chocado contra una pata de la mesa, y eso era lo que le producía aquel dolor. Levantó la cabeza y miró al profesor, que había bajado la varita y se frotaba la muñeca, donde tenía un verdugón, como la marca de una quemadura.

Todos los caminos llevan a Malfoy - DrarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora