Segunda Guerra: del por qué una varita cambia de lealtad

1.2K 117 81
                                    

El fabricante de varitas estaba sentado en el sillón que estaba junto a la ventana

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El fabricante de varitas estaba sentado en el sillón que estaba junto a la ventana. Había estado preso en el sótano durante más de un año y había sido torturado al menos una vez. Estaba muy delgado, los huesos de la cara sobresalían notoriamente contra su amarillenta piel. Sus
grandes ojos plateados parecían divagar entre sus párpados. Las manos que yacían sobre el reposabrazos podían haber pertenecido a un esqueleto.

Harry se sentó en el borde de la cama vacía, junto a Ron y Hermione. El sol naciente no se veía desde allí. El cuarto daba al jardín sobre el acantilado y la tierra fresca de la tumba de Dobby, la cual había cavado al anochecer del terrible día anterior con una pala y la mano cortada envuelta por Hermione con un trozo de tela que se había arrancado de la manga de su propia blusa. Cada gota de su sudor, cada racimo de dolor y cada ampolla los sintió como un regalo para el elfo que había salvado sus vidas. Había trabajado solo, excavando la tierra con cierta furia, disfrutando el trabajo manual, complaciéndose en la falta de magia que había en aquello; de hecho, sólo cuando se hizo demasiado oscuro, tanteó en su bolsillo en busca de una varita para hacer un "¡Lumos!" y ver mejor (era la única magia que quería ejecutar en ese momento). Tenía dos varitas allí, y ya no podía recordar de quién eran, aunque finalmente recordó arrancarlas de la mano de Draco. Eligió la más corta, la que sentía más cómoda en su mano, y susurró "¡Lumos!". Pero apenas lo hizo, su cicatriz punzó y ardió, y en una parte de su mente, visto como por el extremo equivocado de un largo telescopio, vio a Voldemort castigando a aquellos que habían quedado atrás en la Mansión Malfoy. Su rabia era terrible y aunque el dolor de Harry por Dobby parecía atenuarla, se convirtió en una tormenta distante que alcanzó a Harry a través del vasto y silencioso océano. En la oscuridad, con nada más que el sonido de su propia respiración y el agitado mar por compañía, las cosas que habían pasado en la casa de los Malfoy volvían a él, las cosas que había escuchado volvían a él, y la comprensión floreció en la oscuridad... Voldemort estaba torturando al hombre que amaba, al hombre que había mentido por él, y Harry no podía desear más acabar con él de una vez por todas.

«Tienes que aguantar, mi amor... —pensaba Harry, delirante y agotado, mientras cargaba con fuerza una gran piedra blanca que encontró, y la ponía sobre la tumba como una lápida—. Te juro por la memoria de Dobby que vas a volver a saber de mí. Haré lo que tenga que hacer... y entonces te llevaré muy lejos, más allá del horizonte, a donde nada ni nadie pueda dañarnos nunca más.» Luego apuntó a la roca con la misma varita que usó para el "¡Lumos" y lentamente, bajo su susurrada instrucción, profundos cortes aparecieron en la superficie de la roca. Sabía que Hermione podía haberlo hecho más limpiamente, y probablemente más rápidamente, pero quería marcar él la piedra como había querido cavar el sepulcro. Cuando se detuvo de nuevo, leyó en la piedra:

AQUÍ YACE DOBBY, UN ELFO LIBRE.

—Señor Ollivander, siento molestarlo —dijo Harry con letargo. No había podido dormir casi nada la noche anterior.

Todos los caminos llevan a Malfoy - DrarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora