Año 5: apología a Draco Malfoy

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Harry despertó muy temprano en la mañana. No se oía absolutamente ningún ruido en el cuarto, y un suave rayo de sol se marcaba en el dosel cerrado, por lo que supo que faltaba poco más de diez minutos para que sus compañeros despertaran. Se estiró bajo las mantas que tenía hasta la cintura y se frotó los párpados, suspirando de alivio. Por primera vez en mucho tiempo había soñado en blanco. Removió pesadamente su cabeza sobre la almohada y se rascó el pecho ante una sensación casual de picazón, y de la nada su memoria apuntó hacia Malfoy abrochando su botón.

Sus ojos verdes se abrieron de par en par, y la ansiedad afloró en su estómago. Su piel se erizó, y el nudo en la garganta y la presión en el pecho reaparecieron. Tan sólo el día anterior se le habían derrumbado las ilusiones que tenía de su padre y su novia, y mentiría si dijera que no ansiaba desquitarse de algún modo. El mundo era traicionero, hipócrita e impuro…
Y desde que Malfoy lo hacía dudar de absolutamente todo en lo que él había creído toda su vida, notaba detalles de él que antes pasaba por alto porque ningún chico normal se molestaría en notarlos, y sus sueños lo hacían idealizar aún más.
El rubio tenía un acento bastante particular, no existía palabra que él no dijera de elegante manera, y sólo imaginarse esa voz arrastrando palabras en su oído lo hacía temblar. Las manos anilladas que siempre veía rodear la cintura de Pansy Parkinson poseían tanto la rudeza para golpearlo como la delicadeza para hacer pociones. Los ojos como plata líquida que se dilataban igual si veía a una chica con la falda algo corta o si se concentraba haciendo apuntes con su caligrafía cursiva perfecta. La forma en que su manzana de Adán se balanceaba cuando tragaba, la forma en que llenaba su uniforme en todos los lugares correctos…, la forma en que caminaba… la forma en que sonreía… la…

La forma en que su cuerpo presionaría contra el de él…

El cuerpo de Malfoy detrás del suyo, sus largos dedos envueltos alrededor de su cuello, su respiración en su oído mientras le susurraba “buen chico” con ese acento francés suyo… mientras lo apretaba contra alguna pared…

Entonces sintió ese distintivo cosquilleo en la parte inferior de su cuerpo, y no se atrevió a mirar porque no deseaba avergonzarse al ver lo obvio. Fijó la mirada en el techo, y sin pensarlo ni mucho menos planearlo, su mano derecha desapareció despacio bajo las sábanas, al igual que toda sensación de mariposas en su cuerpo..., por el miedo de estar a punto de hacer lo que iba a hacer. Sólo se permitió cubrir su sexo con la palma por encima de los pantalones de pijama y, sin despegar la vista del techo, casi sin pestañear, apretó experimentalmente y empezó a mover su mano instintivamente en círculos…, lento. No sentía nada.

Hasta que en diez segundos su mano se movió de un modo que despertó algo dentro de él. Sus labios se entreabrieron, su ceño se arrugó ante la nueva y desconocida sensación…, sus ojos se cerraron. Era como si algo serpenteara continuamente desde allí hasta su pecho, como si un pequeño relámpago atravesara su columna. Respirando profundo abrió los ojos a medias y se miró vagamente el pecho. Sus pezones se marcaban a través de la camiseta, y el calor se le subió a las mejillas. Se le escapó un suspiro, y entonces se dio la vuelta y, poniéndose boca abajo, empezó a moverse contra la cama, con la cara contra la almohada para silenciar los jadeos que le desgarraban los pulmones, recordando el tercer año cuando dormido había hecho lo mismo delante de Malfoy. Se sentía hincharse contra el colchón, agarraba la almohada en puños, sus caderas no podían parar de contonearse. Todo él era una bola de fuego que amenazaba con explotar ante el mero recuerdo de Malfoy metiéndole la rodilla entre las piernas, agarrándole la mano, impregnándole su perfume…

—Mmm… M-Malfoy… —se atrevió por fin a susurrar contra la almohada, y fue como si lo reconociera por primera vez al pronunciarlo, y fue tan sucio y prohibido que su cabeza dio vueltas. Un reconfortante calorcito empezó a subir desde las plantas de sus pies, a la vez que un escalofrío insoportable empezó a bajar desde su cabeza… Ambas sensaciones se encontraron en la boca de su estómago. Las piernas se le pusieron rígidas, los sentidos se le fueron apagando de a poco… Volvió a pensar que estaba muriéndose, pero en algún lado de su cerebro que aún funcionaba recordó a Malfoy diciéndole que no se asustara…

Respiró entrecortado, preparándose para la ola de éxtasis que sabía que lo iba a golpear dentro de muy poco. Estaba cerca. Muy cerca. Sólo un poquito más... Mordiéndose el labio inferior, giró la cabeza hacia la derecha y entreabrió los ojos…

Sólo para ver la cara de su tío mirándolo por entre las cortinas, con esa mirada que lo aterraba en secreto desde que se volvió un adolescente…

Harry abrió los ojos como platos, exhaló ruidosamente y se dio la vuelta de un brusco movimiento para acostarse sobre su costado derecho, dándole la espalda a su alucinación y tapándose hasta el cuello con la sábana, con los ojos abiertos como platos y temblando de miedo.

—¿Harry? ¿Fuiste tú? ¿Estás bien? —dijo la voz enronquecida y cansada de Ron.

S-Sí… —respondió en un hilo de voz, y carraspeó para continuar—. Sí, Ron. Lo de siempre: pesadillas. —Soltó todo el aire que no se había dado cuenta que retenía—. Lamento haberlos despertado otra vez, chicos.

—No hay problema, Harry. Igual ya es hora. Buenos días, muchachos —dijo Seamus entre bostezos, y los crujidos de su cama delataban que se estaba estirando de esa forma exagerada típica de él.

—Buenos días —saludó Dean con un deje desganado que era demasiado igual al de Ginny, y escuchó el sonido de sus cortinas abriéndose, mientras que él no era capaz ni de moverse. Lo había decidido: sería el último en bañarse y vestirse, así llegara tarde a clase de Snape.

No quería verlo después de haber visto sus recuerdos privados; tampoco quería ver a Malfoy o a Cho. ¿Desde cuándo tenía que empezar el día evitando a tantas personas a la vez?

Lo que sí estaba claro era que Snape ya no volvería a darle clases ni aunque el propio Dumbledore lo obligara, y ya no tenía que matarse por esconder a Malfoy, que cada vez más crecía en su mente. Pero luego de haber casi llegado al clímax pensando en él, uno de sus mayores retos sería estar con él en un mismo salón sin soñar despierto en todas las posibilidades y enfermarse de fiebre.

Todos los caminos llevan a Malfoy - DrarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora