Año 5: T.E.P.T

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Día tras día durante las vacaciones, la mente de Harry parecía fragmentarse un poco más. Sentía que todas las lágrimas que una persona era capaz de derramar a lo largo de su vida ya las había derramado esa noche y no le quedaban ya más. La sensación de las torturas aún seguía muy fresca en su cuerpo como un hechizo desilusionador, y pese a que era el verano más alarmantemente ardiente que había azotado Reino Unido en décadas, él ya veía el mundo permanentemente con la visión gris de alguien que se enferma. La sequía golpeaba por fuera, y no era muy diferente de lo que pasaba por dentro de Harry, quien se sentía como un cascarón vacío. No podía reír ni llorar, y era tan frustrante como cuando un estornudo se bloquea porque muy de vez en cuando sentía el ardor de las lágrimas en los ojos y la nariz, y un característico nudo en la garganta que no podía sacar y lo tentaba a cortarse el cuello para conseguirlo.

Existía, pero sentía que no lo hacía por completo. Muchas veces llegó incluso a creer que ya estaba muerto y no más no le habían avisado. A sus ojos todo era una especie de sueño perezoso donde nunca pasaba nada y nada tenía sentido, y sólo quería despertar por escuchar de una muerte sospechosa en las noticias, o que en la mitad de la noche alguien de su mundo derribara la puerta de repente, como lo hizo Hagrid en su onceavo cumpleaños.

Pero no. Nadie venía en su búsqueda. Ni siquiera sus amigos le escribían con frecuencia. Se pasaba las noches en vela a propósito, jugando al reto de “intenta no dormirte” mientras abrazaba una almohada como si fuera Cedric, y cuyo premio final era el no tener que ver su cadáver por unas horas, aunque no sirviera de mucho porque casi siempre soñaba con lo mismo sin importar que fuera mañana o tarde, pero era mil veces mejor que soñara aquello de noche, porque al despertarse podía ocuparse en quehaceres para despejarse, o salir y recostarse sobre el parterre de flores que había debajo de la ventana de la sala de estar.

Cabe destacar que, mientras la mayoría corría a refugiarse bajo techo a la hora de más calor, él había adquirido la descabellada costumbre de alejarse de casa y caminar sin rumbo, hasta terminar como siempre en el parque, porque simplemente el frío que sentía por dentro le ganaba por mucho al calor que pudiera estar haciendo afuera. El frío del cementerio ahora era parte de él, y antes se moría porque le dieran cosas de comer, pero ahora lo amenazaban para que comiera y no se muriera, y la mirada siempre se le perdía en el espacio o se fijaba en una persona cualquiera como si viera a través de ella, lo que confirmó la eterna creencia de sus tíos de que estaba loco y hacía que incluso su primo se sintiese incómodo.

Pero, oh… claro que sí le gustaba incomodarlo. Sobre todo después de que tenía chance de chantajearlo con razones de peso, como que se había inventado la tierna historia de que con sus amigos se reunía a tomar té y jugar videojuegos, porque en realidad iban a intimidar niños, hablar de cosas que matarían de un infarto a sus tíos y lo traumaban a él más de lo que ya estaba, y a fumar y meterse pastillas extrañas en la boca. Harry jamás podría olvidar la noche en que a escondidas los vio tomarlas mientras decían algo así como “buen viaje”, y a los minutos empezaron a actuar como si fuera lo mejor que hubieran probado nunca y a hablar de cómo “cortarse” también era una forma genial de “elevarse”. Harry al principio pensó que decían incoherencias, pero ya no era tan ingenuo y al fin supo lo que eran dichas pastillas, y la misma curiosidad que lo invadió después de cumplir los 13 volvió a él.

Era 1 de Agosto y había cumplido quince años el día anterior. Se había encerrado en su cuarto luego de sus quehaceres en lugar de salir al parque a las cuatro de la tarde, y se había dormido sin poder evitarlo. Se despertó de golpe a las cinco, oyendo el golpeteo incesante del pico de un ave en la ventana que en su pesadilla confundió con el golpe seco del cuerpo de Cedric cayendo al suelo. Era la lechuza de Ron.

Esta vez no traía el típico y eventual pedacito de papel que carecía de información, como si él no se hubiera perdido de nada cuando sabía que se estaba perdiendo de todo por culpa de todos. Traía dos cajas de chocolates de Honeydukes, y con ellas una tarjeta de felicitación fría e incluso más corta que las notas habituales.

Todos los caminos llevan a Malfoy - DrarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora