Año 4: redireccionar la ambivalencia del afecto

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Más temprano que tarde el cuarto año tocó a la puerta de Harry, o más bien a su cicatriz. Le empezó a picar y a doler, y muy pronto Harry deseaba que los sueños explícitos que de rareza llenaban una que otra noche fueran más frecuentes que las pesadillas vívidas y atemorizantes, aunque aún se sintiera tremendamente incómodo con ellos. Pero como casi siempre le ocurría cuando deseaba algo, tuvo el efecto contrario. Cualquier cosa era mejor que ver a aquella perturbadora serpiente deslizándose por el resquicio de una puerta, y escuchar los siseos sibilantes de Lord Voldemort y sus conversaciones con el traidor de Peter Pettigrew (del que sólo deseaba que realmente hubiera sido devorado por Crookshanks aunque Ron les dejara de hablar hasta que se diese cuenta de que tuvo a un hombre como rata mascota prácticamente desde que nació), y despertar encandilado por una cegadora luz de exactamente el mismo verde que sus ojos, sudando frío y tiritando en la oscuridad.

Seguía inmerso en aquel terror nocturno hasta que su atención fue redirigida a la perspectiva emocionante de dejar a sus horribles tíos mucho antes de lo previsto, cuando la familia de Ron en pleno lo tomó en cuenta y lo sacó de su miseria con una invitación a que los acompañase a los Mundiales de Quidditch. Tenían que subir una escarpada montaña para poder hacerse con el traslador que los llevaría allá, pero en el camino hacia la montaña Arthur Weasley divisó a su colega del Ministerio de Magia.

Era el padre de Cedric: Amos Diggory. Se saludaron y en el acto apareció su hijo haciendo una entrada dramática involuntaria que palidecía en comparación con las voluntarias del profesor Snape, pero que aún así contaba como una. Aterrizó limpiamente en el suelo desde lo alto de un árbol como una ardilla experta, despreocupado y jovial, y le dio la mano al señor Weasley. Harry no pudo evitar fijarse con inexplicable desazón en la sonrisa de complicidad que intercambiaron Ginny y Hermione, pero tampoco pudo meditar más de la cuenta en ello porque el padre de Cedric lo saludó, pero el hijo no parecía haber querido fijarse en su persona.

—¡Por las barbas de Merlín! —exclamó Amos Diggory abriendo los ojos—. ¿Harry? ¿Harry Potter?

—Ehhh… sí —contestó Harry.

—Ced me ha hablado de ti, por supuesto —dijo Amos Diggory y Harry sintió un naciente calor en el cuello, similar pero no igual a cuando escuchó desde el armario al señor Malfoy mencionar que su hijo ya lo había mencionado demasiadas veces, en su segundo año cuando usó los polvos flu y acabó en el callejón Knockturn por error—. Nos ha contado lo del partido contra tu equipo el año pasado. Se lo dije, le dije: esto se lo contarás a tus nietos. ¡Les contarás que venciste a Harry Potter!

A Harry no se le ocurrió qué contestar, de forma que se calló. Fred y George volvieron a fruncir el entrecejo y Cedric sólo pareció incómodo.

—Harry se cayó de la escoba, papá. Ya te dije que fue un accidente —masculló, y Harry no supo si estar agradecido por la aclaración o procurar detectar en ella un pudor falso. Jamás se había sentido tan confusamente bipolar en la vida.

—Sí, pero tú no te caíste, ¿a que no? —dijo Amos de manera cordial, dando a su hijo una palmada en la espalda—. Siempre modesto, mi Ced, tan caballero como de costumbre. Pero ganó el mejor, y estoy seguro de que Harry diría lo mismo, ¿a que sí? Uno se cae de la escoba, el otro aguanta en ella… ¡No hay que ser un genio para saber quién es el mejor!

—Ya debe de ser casi la hora —se apresuró a decir el señor Weasley, volviendo a sacar el reloj—. ¿Sabes si esperamos a alguien más, Amos?

Dejando de lado los comentarios ingenuamente inadecuados del señor Diggory, Harry no podía entender por qué Cedric no le había puesto atención a su presencia allí. No era que le importase demasiado, sino que Cedric y él casi no se habían tratado. Si lo hubieran hecho, no se le habría hecho extraño que no se saludaran, pues sólo se habrían visto meses antes por el interludio de las vacaciones, pero Harry había dejado incluso de vislumbrarlo en el colegio desde más atrás. El chico había cambiado bastante desde que lo felicitó por su escoba la distante mañana del partido contra Ravenclaw. Era muy guapo de unos diecisiete años, y seguía como capitán y buscador del equipo de Quidditch de Hufflepuff en Hogwarts.

A Harry aún no le cabía en la cabeza que Cedric fuese líder, capitán, buscador, estudiante modelo y prefecto reelegido de su casa, todo al mismo tiempo, sin tacha de ninguna clase, y siguiera divirtiéndose entre perdices como si nada, mientras que a él su valentía de Gryffindor ni le alcanzaba para tomar las riendas de la gente, nunca elegirían a alguien como él como prefecto, y era mediocre en todas las áreas a excepción de Defensa y, por supuesto, vuelo. Además romper las reglas era su única forma de disfrutar lo poco que todos se empeñaban en prohibirle, y el tiempo se le iba en teorizar cómo y cuando iba a ser la próxima confabulación contra su vida, y cómo actuaría o a quién debería salvar o quién le salvaría.

De pronto tenía la necesidad imperiosa de preguntarle cómo lo hacía.

—¡HARRY! —le exclamó el señor Weasley y volviendo en sí, alcanzó a agarrar por reflejo una esquina de la bota vieja que servía de traslador, y ocurrió inmediatamente: Harry sintió como si un gancho justo debajo del ombligo, tirara de él hacia delante con una fuerza irresistible. Sus pies se habían despegado de la tierra; pudo notar a Ron y a Hermione, cada uno a un lado, porque sus hombros golpeaban contra los suyos. Iban todos a enorme velocidad en medio de un remolino de colores y de una ráfaga de viento que aullaba en sus oídos.

—¡Suelten! —volvió a vociferar el señor Weasley, y no hubo más remedio que obedecer. Anularon el agarre y salieron despedidos en una fuerza centrífuga, como absorbidos por un tornado, hasta que finalmente cayeron sin orden ni concierto sobre el césped con un ruido sordo.

Se apoyó en los codos sobreponiéndose al vértigo, y vio a los señores Weasley y Diggory y al hijo de éste descendiendo con gracia como si nadaran en el aire hasta que posaron en tierra firme, y así llegó a la conclusión de que Cedric era simplemente un alma vieja.

—Te ayudo… —ofreció gentilmente en cuanto llegó a su lado, extendiéndole la mano.

—Gracias —respondió Harry con una sonrisa tomándole la mano, y le resultó inesperada la casi nada de fuerza que usó para levantarlo.

Apenas le soltó la mano, ésta comenzó a sudar.

Todos los caminos llevan a Malfoy - DrarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora