Podría decirse que tan sólo a sus 10 años, Harry Potter ya no poseía capacidad de asombro. Desde que tenía uso de razón recordaba ya haber experimentado suficientes cosas caóticas y bizarras. Sabía que si las enumeraba, o peor aún, enumeraba las cosas que le faltaban y quería tener, estaba perdido. ¿Cuál era el número del infinito de todos modos? Sabía que su educación en matemáticas no había cubierto todos los conocimientos numerales aún. Para empezar, había aprendido por las malas que chico que se respeta debe tener padres, una familia perfecta, ropa decente, (si iba a tener gafas, que no estuvieran rotas y pegadas con cinta adhesiva en un círculo vicioso por lo menos), comida decente, (le tocó aprender a cocinar a los cuatro años y no se hubiera quejado si lo dejaran degustar siquiera la quinta parte de un plato), 38 regalos de navidad (sí, los que debía recibir su primo mínimo, ni uno menos si no querían que explotara el mundo de una rabieta), juguetes que costaban más dinero de lo que habían invertido sus tíos en él toda la vida (y no, su pobre caballito no contaba ni de lejos, a pesar de quererlo con el alma), uno o dos cuartos como Dudley, porque pensó que su armario bajo las escaleras era lo normal hasta que le tocó aprender a hacer la limpieza de los otros cuartos por orden de su tía Petunia, que en comparación eran mansiones.
Y por último pero no menos importante, un cuerpo decente. Tal vez fue esto último lo que más le dolió. No se suponía que debía tener tantas cicatrices. Recordaba la vez que se vio al espejo y comparó mentalmente su cuerpo con el de los chicos en traje de baño que había visto cuando, de camino a casa con las compras, se detuvo un instante a descansar sus pequeñas manos del peso de las bolsas, y se sentó a observar de lejos la piscina infantil. Ahí fue cuando se extrañó de ser tan delgado, porque también pensaba que comer la cantidad que él comía era lo normal. Y por primera vez agradeció vestir ropa tan holgada de Dudley, porque supo que si vestía a la talla como los demás, prácticamente desaparecería, etéreo como un fantasma.
Amaba su cabello negro como la noche, pero odiaba que extrañamente creciera de repente, por más que su tía lo cortase con saña. Amaba el verde vibrante de sus ojos, que se asemejaba bastante al de los ojos del único y precioso gato negro que tenía tía Marge, pero odiaba que cuando lloraba se tornara tan desabrido y seco como el césped de fuera de la casa cuando había un duro verano, y que se volviera tan vidrioso como el costoso vaso de cristal que accidentalmente dejó caer cuando tenía cinco años, y fue la causa de que su tía Petunia le pusiera por primera vez la mano encima para algo mucho peor que darle un tirón de pelo o de oreja de castigo. La tercera y última cosa que amaba era, desde luego, su atrayente cicatriz de rayo en la frente, -la única con estilo que tenía-, pero odiaba que cuando se enfadaba le punzara y enrojeciera, brotándose sobre el resto de la piel.
Recordaba llorar en el armario cuando lo encerraban de castigo en pleno día, aterrado de los monstruos en la oscuridad, hasta que recordaba que sus tíos y primo le mantenían diciendo que era uno. Le pedía perdón a Dios por pecados que ni siquiera había cometido porque había empezado a creérselo desde hacía un buen rato, e incluso le suplicaba de rodillas que lo llevara con él al cielo, que sería bueno y no haría las travesuras que hacía en la tierra.
Podría decirse que se cumplió. Aquel fatídico Martes 24 de Julio de 1991 en que recibió la carta que revolucionaría su vida tanto para mejor como para peor, él sólo amaneció con un ojo abierto y el otro cerrado, agotado de la rutina, sin saber si en realidad quería que las vacaciones de verano terminaran pronto para ya no tener que estar las 24 horas entre cuatro paredes, o si no quería que terminaran porque en la escuela sería más de lo mismo pero en otro sitio, porque su primo y sus compinches ahí estudiaban, y sólo se le sumarían deberes escolares a la existencia. ¡Ah!, y teniendo en cuenta que el próximo año había de empezar la secundaria, eso sí era decir algo.
Pero la próxima semana fue de todo menos ordinaria. Las lechuzas parecían llover de los árboles como el dinero que su tío Vernon siempre le negaba que lloviera de los árboles a tía Petunia cuando discutían por problemas económicos. Nunca había sabido que podía existir una plaga de lechuzas, pero era por mucho la mejor y más bonita plaga de la historia. Las cartas también llovieron cierta mañana, para diversión de Harry y consternación de los Dursley. Luego se aislaron en la cabaña desvencijada junto al mar ese nublado Lunes, todo por huir de "las cartas infinitas", por más risible que sonara. Cumplió once a la medianoche al tiempo que cantaba "feliz cumpleaños a mí" en su cabeza, cerrando los ojos con una sonrisa nostálgica, y entonces la puerta de la choza se vino abajo y los ojos de él se abrieron a lo desconocido.
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Todos los caminos llevan a Malfoy - Drarry
Fiksi PenggemarMientras Harry Potter camina hacia su muerte en el Bosque Prohibido, su vida pasa frente a sus ojos, y se percata de ciertas cosas muy... interesantes. Éste es un viaje de autodescubrimiento y evolución emocional, que el famoso chico mago recorre ju...