Reborn At Boot Camp: General Don't Mess Around!

Capítulo 4: No te metas conmigo

Bajo el brillo frío de ese par de tijeras afiladas, Sun Dongqing la detuvo abruptamente. Observó la crueldad en el rostro de su sobrina, así como el frío en sus ojos.

De alguna manera, su corazón se aceleró y su brazo que levantaba el palo de bambú cayó repentinamente.

—Tía, esto no ha sido investigado a fondo; y si te atreves a decir algo al respecto y me haces pasar un mal rato, entonces no tengo miedo de arrastrar a toda tu familia conmigo. —Dijo Ye Jian con frialdad. Sus pupilas eran muy oscuras, incluso más oscuras que el color de la noche; pero la expresión de sus ojos era tan brillante que resplandecían como estrellas.

Mientras miraba, las expresiones en sus ojos eran como auroras y experimentaron inumerables cambios...Hermosos como eran, también eran intimidantes.

—Chica malvada...¡Veamos cuánto durará tu presunción! Explícalo tú misma cuando tus maestros estén aquí. 

Frente a la provocada Ye Jian, el corazón de Sun Dongqing latió con fuerza y se le ocurrió un pensamiento: ¿Yingying había mentido? 

Ella eliminó ese pensamiento de su mente de inmediato.

¡De ninguna manera! Yingying siempre se ha portado bien, es imposible para ella mentir.

No, tengo que preguntarle sobre esto.

Al pensar en la importancia de este problema, Sun Dongqin tiró la vara de bambú y salió. No era Ye Jian lo que le preocupaba. Ella no era su hija de todos modos, y su suegra odiaba mucho a esta nieta.

Sin embargo, por razones desconocidas, Sun Dongqing estaba muy ansiosa y sentía que algo malo estaba por suceder.

Ye Jian la vio irse con indiferencia y sonrió sutilmente. En el espejo, examinó atentamente su rostro de catorce años.

Aunque sus rasgos faciales eran delicados con un tinte de inocencia, su sonrisa indicaba que había sufrido grandes cambios.

Mientras concentraba su visión, las expresiones extremadamente sombrías y frías se condensaron profundamente en sus pupilas. Levantó la cabeza y vio a Sun Dongqing corriendo para salir del patio. En poco tiempo, desapareció de su vista.

Con frialdad, Ye Jian dejó de mirar en esa dirección. Encontró su peine y peinó su cabello negro azabache una y otra vez.

¡Ye Ying! Esta vez... ¡Solo espera y verás!

En los viejos tiempos, cometí un error al concederte una vez; pero ahora, ¡te juro que haré tu vida un infierno! 

Afuera de la casa, Sun Dongqing le ordenó a Ye Ying, que estaba cortando ramas en el melocotonero, que se bajara del árbol. 

Ella frunció los labios con descontento.  —Mamá, me asustaste.

Reacia a ser dura con su hija, Sun Dongqing susurró. —Sobre el problema que dijiste cuando volviste ayer, ¿qué pasó exactamente?

—¿Qué pasó? —Cuando Ye Ying bajó la cabeza, la punta de su nariz tocó sus tiernos labios de melocotón, ocultando así la expresión de pánico en sus ojos. —¿Cómo se supone que voy a saber?

—¡Entra a la casa y dime! —Sun Dongqing miró a su alrededor y no vio a nadie. Arrastró a su hija a su dormitorio para interrogarla a fondo.

Ye Jian fue testigo de la pelea entre ellas cuando entraron a la casa. Con una suave sonrisa en su rostro, salió del otro lado de la casa y se fue.

Esta no era su casa.

Su casa fue un paraíso para ella hasta que cumplió cuatro años.

El patio delantero estaba lleno de flores de durazno y el susurro de las hojas de bambú se podía escuchar desde la parte trasera de la casa.

En cuanto a ella, estaría sentada bajo el melocotonero, con las manos apoyadas en las mejillas, mirando a su madre que leía poemas, y luego, cuando sus párpados se volvían cada vez más pesados, se quedaba dormida.

Su padre, que había regresado con los brotes de bambú que desenterró, estaría a su lado, pelando los brotes de bambú con una sonrisa. A veces, sonreía y decía: —Jian es como tú. A ella también le gusta leer.

La felicidad en el paraíso se detuvo cuando tenía cuatro años.

Cuando ella vio a los aldeanos caminando hacia ella, rápidamente se frotó las comisuras de los ojos para limpiar sus lágrimas de nostalgia.

Antes de que Ye Jian pudiera saludar a los aldeanos que estaban ocupados cultivando en primavera, se reunieron a su alrededor y le preguntaron si estaba bien.  —¡Ah! ¡Jian, te has despertado! ¿Todavía tienes dolor de cabeza?

Aunque eran sinceros y honestos, eran increíblemente tercos al mismo tiempo.