Capítulo 46: Que Se Muere, Que Se Muere (Capítulo Final).

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Mis delgados dedos rozaban las cuerdas de la guitarra que Güido, por motivo de mi próximo cumpleaños, me había regalado para que pudiese cantarle a mi hermana y mi madre aquella canción que ella le cantaba a nuestros difuntos

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Mis delgados dedos rozaban las cuerdas de la guitarra que Güido, por motivo de mi próximo cumpleaños, me había regalado para que pudiese cantarle a mi hermana y mi madre aquella canción que ella le cantaba a nuestros difuntos. Con puros tutoriales aprendí a tocarla, aunque no a la perfección, pero gracias a esa práctica pude tocarle y cantarle al chinito aquel poema con el que todo empezó. No eran las mejores letras que alguien hubiese escrito, pero para nosotros dos era muy especial. Marcaba el inicio de algo único que nos tenía a los dos ahí; desnudos sobre la cama, tapados solo con las sábanas blancas, reposando las espaldas en la cabecera.

Era todo lo que queríamos. La paz de la luz de la mañana colándose por la ventana, apuntando directo a la madera del instrumento.
     —Todo de mí, quiere todo de ti —susurré cerca de sus labios, al terminar de cantar.

Su mirada se penetraba en mis facciones y me expresaba un infinito amor, algo fuerte que solo él y yo podíamos sentir después de fundir nuestros cuerpos. Terminamos en el lugar que menos pensábamos cuando empezamos. Caminamos juntos y a la vez separados durante todo el tiempo que pasó, pero si había algo que nunca se alteró negativamente, era lo que ambos sentíamos por el otro.

El Batto me complementaba. Era la conexión perfecta y a la vez la más imperfecta; era bueno para mí, era interesante. Antes me pregunté muchas veces lo que yo significaba para él, y ese día sin pedírselo me lo expresó, levantándose para vestirse y regresar al mercado a trabajar como siempre le había tocado.
     —No tienes idea de lo mucho que eres para mí —subió su cremallera, regalándome una sonrisa ladina—. Eres todo lo que quiero. Lo que siempre quise, Robin.

Yo le veía a la cara, aún atrapado en la cama. La silueta de su cuerpo contrastaba con la ventana y su claridad. El Batto era hermoso. Yo era afortunado, creo que el más afortunado del barrio. Hasta ese momento todavía no conocía a nadie que fuese más lindo que él. Tal vez porque solo tenía ojos para él y no me interesaba nadie más.

Ese amor que nunca antes había sentido se estaba transformando en una parte esencial de mi día a día. Desde hacía un mes que había salido de prisión que las cosas comenzaron a tomar su lugar; su importancia. El Batto tenía su lugar en mis prioridades; era el primero, casi el único de no ser por el empleo de la mañana, que él mismo me consiguió con sus papás en el mercado cargando bultos. Toda mi vida cargué con el bulto de ser un abandonado y sin futuro; nada me costaba cargar un poco más de frutas y verduras.
     —Gracias por dejarme tenerte, Batman —no dejaba de mirarlo con la tranquilidad de saber que era mío, mi novio; el amor de mi presente.
     —Gracias a ti por hacer todo para lograrlo, Robin —contestó, parándose frente a mí para despedirse de mí como siempre lo hacía—. Yo... —susurró con una sonrisa ladina—, yo que decía que nunca iba a estar en estas, y mírame aquí. Bien enamorado de ti —dijo, sonriendo con felicidad.

Puso sus manos en mis sienes para jalar mi cabeza hacia adelante y dejarme un beso en la frente, a un costado de aquella cicatriz que me quedó del motín en el penal que solía tapar con mechones de pelo. Se despedía de mí, pero en cuestión de horas volvería a tenerlo a mi lado para amarlo y besarlo, y abrazarlo, para disfrutarlo antes de que tuviera que irse a dormir a su casa. Ojalá no tuviese que irse de mi apartamento para que fuese esa compañía que tanto me faltaba por las madrugadas cuando el frío en Fang se ponía intenso.
     — ¿Te veo en la tarde-noche para ir por gaseosa? —Asentí. No era muy fan de la Coca-Cola, pero mientras a él le hiciera feliz compartirla conmigo, yo estaba dispuesto a todo.

Yo, ErróneoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora