Capítulo 1: Jugo De Naranja

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Pasé a casa para mi hora de almuerzo, entré al baño y me miré en el espejo detenidamente

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Pasé a casa para mi hora de almuerzo, entré al baño y me miré en el espejo detenidamente. Nunca había hecho tal cosa; no a propósito. Me vi y no me reconocí. Era alguien completamente diferente al chamaco que creció en Gahona; en la ciudad. Perdí la carita de niño; mi nariz creció, pero siguió respingada como le gustaba a mamá. Mis labios ya no eran tan suaves, pero seguían dándole el mismo amor en cada beso de buenas noches. Mi padre decía que mis ojos eran hermosos en su color claro, y que su forma y tamaño parecían nunca haber cambiado de cómo eran cuando apenas llegué a sus vidas. Mi cuerpo todavía era delgado, pero ya entonces era un poco más alto. Mi cabello nunca estuvo peinado, pero era más espeso y lo suficientemente largo como para cubrirme un poco la frente. Mis cejas seguían siendo gruesas y oscuras, pero mi barbilla y mandíbula cambiaron, la primera fue perdiendo su hoyuelo que la hacía un mentón partido, y la mandíbula se me marcó, quizá por los ejercicios de canto que acostumbraba hacer. Mi piel seguía siendo clara, pero mi interior no lo era tanto. Me vi y no me reconocí. Perdí la inocencia y lo infantil, pero seguía siendo ese muchacho apuesto que mi madre siempre sonrojaba. El cariño de ella fue lo único que no cambió nunca en mi vida, y al verme no pude evitar volver a mi pasado, y desde ahí hasta volver al trabajo, no dejé de darle vueltas a todo lo que mi vida fue atravesando.

Rondaban las tres y media de la tarde cuando llegué a mi siguiente destino en el mercado del barrio. Tan solo media hora para que mi turno acabase. Trabajaba de cartero repartiendo la correspondencia de los vecinos del barrio bajo al que fui a parar. Mientras ejercía mis deberes sin mucho remedio y con más presión por dinero que pasión, seguía pensando en cómo había llegado hasta ese punto; dejar los estudios, ser el hombre de la casa y perder mi antigua vida casi por completo...
     —Me tiene aversión, ese profesor me odia, estoy seguro... —dije a mi padre, sentado con el ceño fruncido mientras esperábamos la cena que mamá cocinaba. Ese día no bailamos las canciones favoritas de papá.
     —No puedes culpar a otros de tu desempeño, Robin. Tienes que aprender a aceptar las consecuencias.
     — ¿Las consecuencias de caerle mal a un profe? —Insistí, arqueando una ceja como desafiante.
     —Bien, le diré a tu madre que hable con él mañana, pero ya no puedes seguir pensando de ese modo a tus quince años. Si todo sale bien, el próximo año estarás en diversificado y no puedes seguir excusando tu mal desempeño con que los profesores te tienen aversión —regañó, tranquilamente, pero lo hizo.
     — ¿Y si me la tienen tengo que decir que es mi mal desempeño? No me parece justo...

Me enojé un poco por la postura de papá. Creo que él tal vez no se sentía con el valor de ir con un profesor y decirle que se comportara conmigo, y lo entendía, era un hombre adulto y serio que no se iba a prestar a ese tipo de quejas mías.

Mamá sirvió la cena y llamó a mi hermana que jugaba en su habitación porque, a diferencia de mí, ella no tenía que enfrentar charlas incómodas con papá porque apenas estaba en pre-primaria y no hacía mayor cosa que pintar con crayones de cera y elaborarles manitas y caritas a las paletas de colores. ¿Qué iba a saber ella del rechazo de los profesores? Si a su edad todos consentían sus berrinches.

Nos sentamos todos a la mesa, y mi madre como cada noche pidió que nos tomásemos de la mano para hacer la respectiva oración de agradecimiento por "el pan de cada día". Nunca me gustaba hacer tal cosa, no era un fanático religioso como ella desde que tenía memoria, pero tomarse de las manos y decirle gracias a una creación imaginaria del hombre parecía hacerle sentir querida, importante y valorada, así que no dejé de hacerlo ni un solo día. Hasta que nos mudamos y dejé de cenar junto a ella casi cada noche.

Después de la cena, me fui inmediatamente a mi habitación sin muchos ánimos, no les di el buen provecho ni me despedí. Estaba molesto por lo que había ocurrido esa tarde en la entrega de calificaciones del penúltimo bimestre y lo que menos quería era pensar en lo mal que había sido ese día. ¡Qué iluso! Si hubiera sabido entonces que un día verdaderamente iba a conocer lo que era tener un mal día, aquella experiencia se habría convertido en algo sin importancia.

Me acosté en mi cama con la lámpara encendida mientras veía los pósteres de mi habitación. Era curioso cómo todo lo que adornaba mi espacio eran rostros aseñorados de música de los sesenta y que yo apenas había nacido en el año dos mil. Mi papá Steven tuvo mucha influencia en mí como para querer ver el póster de The Samples al frente de mi cama y en el techo las letras pintadas del logo de Los Beatles. Inexplicablemente, eso lograba calmarme, y esa vez no fue la excepción.

Alguien llamó a mi puerta y tan solo unos segundos después se dejó pasar. Era papá.
     —Robin... te viniste sin despedirte —dijo, acercándose poco a poco hasta quedar sentado al borde de mi cama—. Asumo que estás disgustado y quiero disculparme si no te hice sentir comprendido, si quieres que pida permiso en el trabajo para el día de mañana, yo mismo voy al colegio para hablar con tu profesor de historia para pedirle que te corrija la nota.

Solo pude asentir y agradecerle por estar de mi lado. Habían sido meses de pelear con el profesor de historia porque decía que a mí su clase me entraba por un oído y me salía por el culo. Así, con esas palabras. Tuve que decirle eso a papá para que realmente entendiera que no era broma cuando decía que el profesor me tenía aversión. Creo que a él le frustraba el hecho de que yo no pudiera aprender su clase de la manera tan aburrida que la impartía. No se me quedaba nada.
     —Con lenguaje es otra historia diferente, papá. El profesor me deja recibir la clase de pie, no me obliga a aprender sentado en un escritorio que me aplasta el culo —soltó una risilla mientras asentía entendiendo por dónde iba la cosa.
     — ¿Y tienes alguna idea de por qué ese profesor es malo contigo? —Inquirió, a lo que no tuve problema en ser completamente sincero.
     —Estoy seguro que es así desde que me encontró dándole un beso a Víctor en las escaleras...

Yo, ErróneoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora