Capítulo 5: Antagonista.

679 93 36
                                    

En aquella escena en la ducha con Rodrigo, me vi en la necesidad de darle un empujón para separarlo de mí

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

En aquella escena en la ducha con Rodrigo, me vi en la necesidad de darle un empujón para separarlo de mí. Había conseguido salirse con la suya en el momento en que correspondí su beso, y con eso le demostré que él mandaba, pero yo no iba a darle la victoria. No lo conocía de nada, pero el poco tiempo de convivencia que llevábamos me reveló que, cayendo en sus provocaciones solo iba a conseguir que se le subieran más los humos a la cabeza y creyera que estaba por encima de los demás, incluyéndome.
     — ¿Qué estamos haciendo? Mejor me largo —susurré, cerrando la llave del agua.

Rodó los ojos demostrando su postura, sabía que había perdido porque yo no iba a continuar de esa manera, se trataba de mi puesto de trabajo que me había ganado hacía apenas unos minutos. Además, no podía simplemente acceder el primer día, por lo menos tenía que ponerle un poco de dificultad, no ser un facilote.
     — ¿Por qué chingados, Robin? Eso demuestra que hay atracción, ¿qué no? —Puso sus manos en su cadera, impidiéndome pasar para salir—. Estás carita y no sé, provocas cierto morbo. Y estoy bien seguro que yo te causo lo mismo —expresó confiado.
     —Existe una línea entre lo profesional y lo personal, y no pienso cruzarla contigo —aclaré, apartándolo para regresar a ponerme mi ropa.

Lo dejé bañándose de nuevo, o eso es lo que quiso pretender cuando encendió la regadera en cuanto yo comencé a alistarme. La verdad es que no me sorprendería que haya tenido que hacerse la paja para quitarse la calentura con la que se quedó. Lo peor de todo era que, de cualquier forma, él ya era mi tutor, y cosas como esas se iban a repetir, quisiera o no.

Estaba todo pasando muy rápido; pase de ser el niño bien que se vino de Gahona, el protagonista de una historia de crecimiento en busca de la sobrevivencia, a ser el antagonista, el que estaba con un pie en la prostitución. Es como si al perder mi trabajo de cartero y fallar en mi intento por pedir dinero por cantar, me hubiese dado la pauta para querer empezar a hacerlo todo mal, sin pararme a preguntarme si estaba bien o no lo que estaba decidiendo. Era el primer día en el circo Ubulili, no tenía siquiera un contexto de la manera en que todo funcionaba ahí, pero yo ya estaba involucrado hasta con mi tutor en una autocaravana.

Tomé mi ropa y me vestí para salir a buscar a Ariel para pedirle información sobre los ensayos. Ya había dejado ocupada a la persona que me iba a ayudar con eso, tenía que buscar la información por mi cuenta, pero cuando lo encontré, estaba en su oficina, sentado en su silla con el pantalón abajo y la verga de fuera. Geovanni, aquel muchacho que me había agradado en la presentación, se la estaba mamando como un trabajo extra. Por alguna estúpida razón me tapé los ojos al toparme con la escena, como si no fuera consciente de que me había metido en eso voluntariamente.
     —Lo siento... —dije.
     —Geovanni, sal un rato —pidió al rubio mientras se subía el bóxer y el pantalón.

Esperé por unos minutos mientras le veía acomodarse la ropa como si no hubiese pasado nada. Aproveché ese tiempo para verlo fijamente y examinar sus características; características que más adelante no podría olvidar. Físicamente, Ariel no era feo, era incluso más atractivo que Geovanni, y no porque Geovanni fuese un poco gordito lo hacía feo, pero Ariel tenía lo suyo. Por lo poco que vi al entrar, me di cuenta de que había casi veinte centímetros de razones para trabajar extra con él. Además el hombre era llamativamente moreno y masculino, con sus peculiares pecas sobre la nariz y mejillas, sus ojos grises, sus labios gruesos y su pelo castaño ondulado y un poco largo, más una escasa barba. Si no lo hubiese visto ahí, trabando los ojos mientras le empujaba la cabeza al otro, habría pensado que era heterosexual porque lo aparentaba muy bien.
     — ¿Qué necesitas, Robin? Disculpa lo que acabas de presenciar, yo realmente...
     —No hay clavo —interrumpí—. No soy nadie para meterme en eso —dije levantando los hombros y él asintió dándome la razón, tomando asiento en su silla.
     —No todo el tiempo pasan estas cosas...

Yo, ErróneoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora