Capítulo 41: Homicidio Voluntario.

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El tiempo en prisión continuó pasando después de haber sido rescatado por Gerardo Bol

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El tiempo en prisión continuó pasando después de haber sido rescatado por Gerardo Bol. Cada vez estaba más cerca de salir, según yo, con la esperanza puesta en mi hermano Tadeo y lo mucho que habíamos trabajado cada semana transcurrida en conseguir la mejor forma de convencer al juez, y asimismo, darle sentido a la investigación de la fiscalía y ayudarles con el caso. Mi hermano se sentía capaz de eso, y yo confiaba en él, por lo que puse todo de mi parte en cada sesión que tuve de mi juicio hasta entonces. El tiempo se hizo afortunadamente corto, y me encontraba ya a tan solo una semana de la última audiencia de mi caso, donde se haría una retroalimentación de las sesiones anteriores a las que asistí las últimas semanas de octubre, y finalmente, el dictamen de la sentencia.

Durante el tiempo que pasó, logré terminar el tratamiento de la clamidia ahí encerrado. A la semana después de terminarlo, tuve el laboratorio que Batto y mi hermano habían pedido para mí. Los resultados me indicaron que el tema de la Clamidia era un tema ya cerrado. Finalmente, después de creer que saldría de prisión todavía con esa enfermedad, tuve la dicha de contar con el hombre más maravilloso que me ayudó a que, al menos una parte negativa de mi vida quedase atrás. También en ese tiempo logré sentirme más tranquilo al encontrar en Pánfilo, Nacho y Gerardo, una amistad real. Además, Milton y sus hombres dejaron de fastidiarme la existencia después de que salió del calabozo con todo su dinero de vuelta. Muchas veces me atreví a preguntarle a Bol cómo fue que le hizo para conseguir la plata y librarme de Milton, pero todas sus respuestas fueron: «no preguntes». Al final decidí rendirme y simplemente acepté que las cosas habían cambiado en el Centro Penitenciario de Fang desde ese día.

Mi relación con Gerardo mejoró muchísimo. Podría decir que convivir con él veinticuatro por siete, había logrado acercarnos y así conocernos más. En ese proceso Gerardo profundizó mucho en mi vida, y yo no tuve ningún problema en contarle cómo había sido vivir en Gahona, perder mi familia biológica y comenzar de cero con gente totalmente nueva al ser criado por Millaray y Steven. Muchas veces me dijo que nunca debí haber llegado a Fang porque la gente nunca vuelve a ser la misma. Le di toda la razón.

Por otro lado, yo también quise saber un poco de su vida, pero a pesar de mi insistencia, Gerardo siempre cambiaba el tema y volvía a mí, como si fuese demasiado importante. Lo único que supe de él, es que había tenido un hijo con una mujer de Carxio, un estado vecino de Fang que siempre había sido bastante controversial por lo peligroso que era. La prueba de esto fue la corta y poco detallada historia que me dio Gerardo sobre su hijo y su mujer: ambos fueron asesinados en una acera fuera de una abarrotería. Nunca contó demasiado sobre eso, pero lo poco que pudo expresar, lo hizo mostrarse bastante vulnerable, y fue la única vez que lo vi de ese modo.

Justo después de mi última audiencia, le conté a Gerardo, Pánfilo y Nacho que era muy probable que me concedieran la libertad bajo fianza, y que les echaría de menos. Entre tanta plática, este trío supo acerca de que me gustaba cantar, y se pasaron todo el almuerzo insistiéndome para que cantara algo sobre la mesa frente a todos los reclusos en medio de los comedores. Entre risas nerviosas me negué una decena de veces, pero nunca en mi vida había sido tan presionado para cantar como ese día.
     — ¡Órale, cabrón! —Dijo Gerardo—. Nos lo debes, mira que si no fuera por nosotros seguirías comiendo solo en una esquina.
     —Vas, hijo, si tienes el talento, puedes sacarle provecho —Pánfilo siempre mostrando su sabiduría—. Aquí la gente se aburre mucho, necesitan algo para pasar el rato y entretenerse...
     —En eso tiene razón Pánfilo —intervino Nacho—, si le sacas provecho puedes cobrarles por cantar algo que ellos quieran escuchar y ser algo así como su rocola penitenciaria —soltó una risa divertida.
     —Sí, además ya pronto vas a salir de aquí, Robin, míralo como una despedida para nosotros que nos vamos a quedar aquí comiendo mierda —añadió Bol.
     —Está bueno, lo voy a hacer, pero necesito sus porras para que los demás no se burlen —dije, levantándome de mi asiento, decidido a romper el miedo al público, cosa que tuve siempre porque bien recordaba lo mucho que me costó cantar en el bus el día que conocí el Ubulili.

Yo, ErróneoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora