Capítulo 3: Ubulili.

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Recibí una llamada del que unos día antes todavía era mi jefe

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Recibí una llamada del que unos día antes todavía era mi jefe. Quería pedirme un último trabajo que me pagaría de manera independiente. Necesitaba el dinero, así que no pude decirle que no.

Debido al cierre repentino de su negocio de mensajería, Mauricio se tomó el tiempo de redactar circulares para sus clientes en las que notificaba el cierre de la mensajería y al mismo tiempo agradecía la preferencia. Mauricio trabajaba a través de membresías, los clientes que enviaban cartas pagaban una cantidad mensual para que sus mensajes fuesen entregados. Con la paquetería hacía lo mismo, pero la cuota era mayor. Por este motivo es que Mauricio tenía, al menos, que agradecer textualmente, y así lo hizo a través de mí.

Recogí todos los sobres para meterlos en mi respectiva mochila. Tomé la bicicleta que Mauricio me asignó para el trabajo y comencé mi último viaje como cartero por el barrio Vilos.

Hice una parada en el mercado del barrio porque tenía al dueño del lugar como cliente, por lo que con la lista de direcciones llegué ahí para entregar la circular.
     — ¡Buenas! —Saludé al joven que atendía las verduras.
     — ¡Buen día cartero! Creo que mi papá no tiene correspondencia para hoy —dijo dubitativo.
     —No, no. De hecho vengo a entregar una circular de la mensajería. ¿Me puedes llamar al señor Canobra?

El joven asintió con una sonrisa amable y al instante se adentró para buscar a su padre. Le vi a la cara al saludarlo y por un momento creí que era oriental. Aunque tenía el pelo sobre la cara y este le tapaba uno de sus ojos, pude distinguir que estos eran un tanto rasgados y su piel además era bastante clara, pero aparentemente estaba confundido, porque al llegar su padre me di cuenta que sus ojos eran completamente diferentes.
     — ¿Qué tal, muchacho? —preguntó el señor extendiéndome la mano en saludo, a lo que yo correspondí.
     —Bien, ahí chambeando —respondí—. No quiero quitarle mucho tiempo, pero Mauricio me mandó para darle esta circular.
     —Fíjate que tengo que descargar mercadería, ¿puedes decirme de qué se trata? —Pidió con amabilidad.

Asentí al instante para comenzar a contarle, pero antes de pronunciar palabra, su hijo le interrumpió para decirle que no me quitara el tiempo de esa manera, que para eso Mauricio había redactado un mensaje, sino hubiese enviado el mensaje a través de mi voz y no de un papel. En ese momento el señor Canobra le dio la razón a su hijo y le pidió que recibiera la carta, que la leyera y luego le contara el contenido de esta. Dicho esto, el hombre se devolvió a sus labores luego de agradecerme y despedirse de mí. Se veía que realmente estaba cargado de trabajo.
     —Discúlpalo, cuando viene mercadería está muy estresado —dijo el muchacho.
     —No hay pena, en realidad la circular solo tiene palabras de agradecimiento y una notificación sobre el cierre de la mensajería —conté, a lo que él reaccionó con una cara de asombro.
     — ¿Por eso estabas tan pensativo la última vez que viniste? No nos conocemos, pero eres... eras —corrigió— el mensajero del barrio, y lo menos que podía hacer era ofrecerme a escucharte.
     —Que buen rollo de tu parte, pero todo está bien. Perdí el chance, pero ya en unos días empiezo en uno nuevo —mentí.
     — ¿En serio? Qué bien por ti —dijo entusiasta—. ¿Y ahora qué papel vas a jugar en el barrio?

Yo, ErróneoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora