Capítulo 37: Penitencia.

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«En esencia, él es débil

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«En esencia, él es débil. Puedo apostarte una hectárea de esta finca por que el chamaco no tardará ni quince días en culparse. Cuando menos lo pienses, él estará caminando a su delegación más cercana para decirle a cualquier mediocre policía que se le atraviese: "Yo maté al Juco". ¿A quién mierda le interesa ese hijo de puta? Ese iluso muchacho de dieciocho años está vulnerable, y echará su vida a perder por una estúpida culpa por alguien que ya no valía nada mucho antes de morir. Pero yo, yo le voy a dar una oportunidad, una oportunidad de enmendar sus errores, y convertirse en alguien idóneo. Porque él es estúpido, pero es valiente. No es lo mismo que fuerte, pero... tiene mucho potencial. Solo tienes que saber tratarlo, tienes que saber guiarlo. Él es casi como un milagro que no había visto nunca. Es más capaz de lo que crees, y por eso merece ser salvado. La soledad es su principal desventaja, no va a aguantar la penitencia, pero si hay alguien a su lado, ese muchacho va a arrasar en prisión. Te doy mi palabra. Ese tal Robin, es el futuro de todo esto que ves a tu alrededor, Vasco. No lo olvides nunca».

     — ¿Tienes un abogado? Puedes solicitar uno de oficio —el sonido de las rejas cerrándose invadió mis oídos, y mi corazón

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     — ¿Tienes un abogado? Puedes solicitar uno de oficio —el sonido de las rejas cerrándose invadió mis oídos, y mi corazón...

Me hallaba sentado en un pequeño banco hecho de concreto, añadido a la estructura de esa habitación; una habitación de tres paredes. La cuarta era más bien una puerta; una muy ancha, elaborada en su totalidad de barrotes oxidados, gruesos, seguros, tristes. No respondí a su pregunta. No dije una palabra desde que subí a la patrulla. Enmudecí apenas tomé asiento en medio de dos policías grandes y acuerpados. Dos gorilas en comparación con el cuerpo escuálido de mi persona. Tuve miedo; tuve mucho miedo, pero en ese momento todo ese miedo residía en la distancia; la lejanía entre mi familia y yo. Tuve miedo de la soledad.

Una carceleta en Torre de Tribunales; ese sería mi hogar por cuatro noches, hasta que se coordinara mi traslado al Centro Penitenciario de Fang. Si hubiese sabido lo que vendría después, no hubiese deseado salir pronto de ese pequeño espacio sofocante y vacío, sin un solo bocado para llevarme a la boca durante noventa y seis horas...

En mi cabeza solo daba vueltas la imagen del Batto viéndome subir a la patrulla, con el sonido de la sirena invadiendo nuestros oídos, y las luces parpadeantes girando, rebotando en los árboles, los muros y las personas. Personas de las que solo me interesaba una, y era él. Personas de las que solo me importaba un corazón, y era el suyo. Personas de las que solo una lloraba amargamente, y era el chinito. Sus ojos se perdieron con el avanzar del vehículo, pero en mi cabeza se quedó esa tristeza y decepción; se quedó solo la realidad de que había perdido una vez más al mejor hombre que había conocido nunca...
     —Pregunté que si tienes un abogado —repitió el oficial, golpeando los barrotes con su porra, llamando mi atención y haciéndome aterrizar.
     —No, no tengo un abogado —contesté.
     —Comunicaré tu solicitud para uno de oficio —sacó una libreta y un bolígrafo y luego preguntó—:¿Conoces a alguien con quien podamos comunicarnos para informar del traslado y todo el proceso de tu situación?
     —Mi hermano Tadeo...
     —Te voy a pedir que me dictes su número de teléfono.

Yo, ErróneoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora