Capítulo 10: Cajas De Mandarinas.

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La última función se acabó

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La última función se acabó. Las personas que no tenían ni una mínima idea de lo que el Ubulili hacía después de cada función, empezaban a salir. En cambio, los hombres que sabían lo que se venía, se quedaban sentados en sus butacas, esperando a que Ariel los llamase para llevarlos al camerino del prostituto que pagaron.

Antes de empezar a llevar a cada tipo con su artista, Ariel le hizo una llamada a un colega. Apenas logré escuchar que dijo que le tenía un regalo porque el resto de la conversación se llevó en aquel idioma extraño que Ariel solía hablar para practicar el requisito de su trabajo, o eso era lo que tanto decía. Intenté irme para no escuchar la plática ajena, de todos modos no la entendía, además quería buscar a Rodrigo porque la duda de su nombre artístico me rondaba la cabeza, pero Ariel no me dejó largarme. Me cogió el brazo, apretándome fuerte, pero sin soltar el celular en su oreja.
     —Voy por Rodrigo —murmuré, él solo me negó con la cabeza y no me soltó.

Cuando terminó la llamada, me dijo que yo todavía no había hecho mi iniciación como debía ser. Con un cliente de verdad y un ticket específico. Esa noche no me iba sin dar el culo. Fueron las palabras que usó, provocándome mucho miedo. Nunca antes había participado como el rol de pasivo, no me llamaba la atención y eso se llegó a cobrar en ese momento, donde no había ni una sola experiencia, no sabía qué hacer, ni siquiera cómo debía sentirme. Rodrigo me enseñó algunos consejos, como no curvar la espalda y cómo hacerme enemas para no tener accidentes, pero eso no me servía para saber si lo que iba a sentir estaba bien, si me dolía, no sabría si así funcionaba o realmente me lastimaban.
     —Vete a tu camper, prepárate y cuando tu cliente venga yo te lo llevaré. Mientras tanto voy a llevar a los que ya están aquí.

Ariel me dejó ir finalmente, pero, aunque le obedecí con ir al área de las autocaravanas, no ingresé inmediatamente a mi sitio, sino que preferí pasar con Rodrigo que quedaba a tres a la izquierda frente al mío. Toqué y él me abrió apresurado.
     — ¿Qué haces aquí, cabrón? —Preguntó con la cara enojada.
     — ¿Estás ocupado?
     —Nel, pero ya casi me traen a mi cliente —asentí, dándome por vencido de hablar con él ese día—. Es un ticket premium, Robin. Mejor lárgate a tu camerino —ordenó cerrándome la puerta en la cara, sin dejarme responder.

Me encerré a esperar a mi cliente, no sin antes hacerme la limpieza que correspondía para estar completamente listo para el acto. No tenía otra opción. Por un momento me sentí fuera de lugar, muy incómodo y con ganas de retirarme a casa, pero ya me había comprometido en algo y tenía que cumplirlo. Era obvio que todo se trataba del maldito miedo que tenía de ser penetrado, pero de cualquier manera eso algún día iba a pasar adentro del Ubulili. Así que tuve que convencerme a mí mismo de que era mejor darle prisa al mal paso.

Al cabo de unos minutos, Ariel llegó a mi sitio y se metió, acompañado de un tipo casi rapado por completo, pero con un copete raro cayendo por su frente, además estaba lleno de tatuajes. Tenía una lágrima tatuada cerca del ojo y dos alas, una a cada lado del cuello. A simple vista el hombre me daba mala espina, pero físicamente era bastante atractivo, tenía una mandíbula bien marcada que me parecía sensual, su piel era bastante clara y vestía ropa casual no tan holgada.
     —Robin, él es tu primer cliente —el aludido me estiró la mano y yo le correspondí—. Su nombre es Julio —dijo con una sonrisa—, Julio Corona.
     — ¡Mucho gusto! —Contesté, sonriendo a medias.

Yo, ErróneoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora