Capítulo 39: Vis A Vis.

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Era mi última noche en el calabozo, después de haber pasado días enteros intentando sobrevivir a las condiciones deplorables de ese lugar, y al dolor y sangrado en mi cavidad que nadie atendió

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Era mi última noche en el calabozo, después de haber pasado días enteros intentando sobrevivir a las condiciones deplorables de ese lugar, y al dolor y sangrado en mi cavidad que nadie atendió. Durante todos los días comía mi pan duro y mi vaso de agua que me proporcionaban solo para no dejarme morir, pero es que al consumirlo no tomé en cuenta que irremediablemente eso me provocaría ir al baño, y no podía darme el lujo de mear y cagar en ese retrete que ya era toda una acumulación de desechos antiguos. Desafortunadamente, fueron muchos los días que me aguanté, más lo que me aguanté en penitencia. No era sano en absoluto; así que decidí hacerlo.

Me acerqué al inodoro que dejó de ser blanco para convertirse en amarillo e incluso en café. El sarro y la putrefacción eran el cobertor de aquella taza que alguna vez fue nueva, y que entonces recibiría un poco más de aquella asquerosidad que la volvió inservible. Deseché todo lo que había acumulado durante seis días, y la idea de dejar la suciedad sobre más de lo mismo, fue tan desagradable, que me orilló a buscar la manera de que aquel inodoro funcionara correctamente con su corriente de agua.

Me agaché hasta el piso para buscar la llave que activaba el agua para llenar el tanque superior. Por fortuna pude encontrarla, aunque esta, por alguna extraña razón se hallaba cerrada, pero el agua siempre estuvo ahí. Me pareció demasiado curioso porque los reclusos que iban al calabazo siempre mantuvieron el retrete asqueroso y siempre tuvieron la oportunidad de jalarle al baño para que la suciedad y el asqueroso olor no se acumularan, solo era cuestión de encender la llave. Una vez que se llenó el tanque y que escuché cómo este recuperaba su función, dejé que el agua se llevara todo lo que aquella taza había acumulado. Tuve que llenar y vaciar el tanque una decena de veces hasta que todo quedó vacío. El olor no desapareció y mucho menos el sarro y el color amarillento, pero al menos ya no era un gran problema.

 El olor no desapareció y mucho menos el sarro y el color amarillento, pero al menos ya no era un gran problema

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Mi semana en el calabozo terminó y el lugar en aquella celda de barrotes volvió a ser para mí. Esa vez, el guardia que me reincorporó me anunció que el compañero que tuve y que había enviado a emergencias, ya no compartiría la celda conmigo. En su lugar se me había asignado a otro recluso igual de nuevo que yo.

Cuando llegué a la celda, pude ver en la cama de arriba a Gerardo. No era la mejor compañía porque no le conocía, pero tenía la seguridad de que él no me tocaría de ninguna manera, y eso me hacía sentir tranquilo, aun cuando no sabía lo que él era capaz de hacer o por qué estaba allí. Eso era la prisión, y por mucho que tuviera miedo, tenía que ceder mi confianza a alguien, hacer aliados, buscar sobrevivir a costa de otros.
     —Bienvenido de nuevo a la mierda —dijo.
     —La mierda del calabozo es mucho peor, créeme.
     — ¿Me estás diciendo que estar aquí echado en esta mierda de colchón es un paraíso? —Asentí.
     —Al menos aquí tienes colchón —dije.

Yo, ErróneoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora