Capítulo 34: Cada Camino Lleva A Su Fin.

252 39 23
                                    

Volví a pisar las calles del barrio Taitao, caminando con el torso desnudo, nervioso y alterado, en la oscura entrada que desembocaba en un callejón; el callejón que me llevaría a la dirección impresa en aquel trozo de papel

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Volví a pisar las calles del barrio Taitao, caminando con el torso desnudo, nervioso y alterado, en la oscura entrada que desembocaba en un callejón; el callejón que me llevaría a la dirección impresa en aquel trozo de papel. A diferencia de la vez anterior, yo no estaba cubierto hasta los dedos para que nadie me notara. No pensé en ocultarme porque todo lo que quería era vengar a mi madre que minutos atrás había sido asesinada brutalmente por un hombre que no tenía ni un ápice de sentimientos.

Comencé a acercarme al lugar, pero en una reacción decidí detenerme en la esquina, escondiéndome tras la pared de una casa. Desde ahí podía ver el aspecto del sitio donde Julio vivía, cubierto por un montón de láminas plateadas, ocultando lo que realmente pasaba ahí dentro. Afuera de la fachada, en la banqueta, un hombre vestido con camiseta blanca y pantalón de lona a media nalga, estaba parado de espaldas mientras orinaba en la calle.

Ese era mi momento. Con las manos temblándome sin parar, me quité la mochila para sacar las armas y cargarlas. Me olvidé del dolor de mis recientes heridas en la mano cuando me encontré ahí, sosteniéndolas con firmeza. Nunca había usado una, ni siquiera había tocado una, pero en ese momento no pude pensar en eso, más que, en que de algo me tenían que servir todas las películas que vi, dónde se mostraba lo básico; cómo quitar el seguro, cargarlas y cómo apretar el gatillo. Lo demás era cuestión de pulso, aunque realmente yo no lo tenía en ese momento en el que mi estabilidad estaba interrumpida por el dolor de mi corazón. Tampoco sabía apuntar, pero no pensaba quedarme de brazos cruzados mientras en mi casa los peritos revisaban el lugar donde mi madre yacía muerta. Es que en realidad ni siquiera sabía lo que estaba haciendo, ni cómo iba a terminar todo. Lo único que sabía, era por qué estaba ahí...

Me acerqué con sutileza mientras mi corazón latía apresurado. Mis pasos fueron silenciosos para poder llegarle por detrás y apuntarle directamente en la sien sin que me sintiera, colocándome tras su cuerpo. No fue hasta que la boquilla de silenciador le acarició la piel, que el tipo se percató de mi presencia.

La inseguridad le llevó a intentar tomar su arma de la cintura de su pantalón, pero pude impedirlo al ponerle el otro fierro en la nuca para intimidarlo y pedirle que tirase el suyo hacia atrás. No pude evitar que mis manos temblaran por sí solas mientras le amenazaba, lo que provocó que se riera y realizara la nula experiencia que tenía con esos artefactos. Aun así, dejó caer su arma como se lo indiqué. Quizás entendía que un loco sin conocimiento era más peligroso que un sicario profesional.
     —No sabes qué mierda estás haciendo... —dijo, sin moverse un ápice.

Me agaché a recoger su arma, todavía apuntándole con una para que no se confiara e intentara hacerme algo. Cuando la tuve en mis manos, la introduje dentro de mi mochila para que no pudiese quitármela. Me pareció curioso que su arma era idéntica a las que yo tenía en manos, la diferencia era que el fierro que él usaba no tenía silenciador, y un disparo suyo podía alertar a los vecinos y también al Juco, al que quería llegarle por sorpresa.
     — ¿Hay alguien en el patio? —Pregunté, sin dejar que se voltease para verme.
     —Dos cabrones que están cuidando la puerta —contestó, con la voz suave.
     — ¿Tienen armas? —No dijo nada, solo movió la cabeza indicando que sí.

Yo, ErróneoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora