Capítulo 4: Wamukelekile.

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Llegué por la oportunidad laboral aquel siguiente día, después de toparme con el tal Ariel que lideraba el circo en las afueras del barrio

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Llegué por la oportunidad laboral aquel siguiente día, después de toparme con el tal Ariel que lideraba el circo en las afueras del barrio. Finalmente me convencí de que tenía que hacerlo porque otro trabajo así de fácil no se me iba a presentar. Además, la oferta que se me planteó por el trabajo principal y el secundario era sumamente tentadora.

Llegué al lugar donde Ariel parecía estarme esperando, pues lo encontré exactamente en la entrada principal de la carpa. Le saludé a distancia y me encaminé a él, lo que fue una clara señal de que estaba ahí por la conversación del día anterior. No hizo falta ni siquiera confirmarle que aceptaría el trabajo, lo asumió al instante que me vio, por lo que, apenas crucé la carpa, el hombre me tomó del hombro para hacerme pasar a bastidores. Dijo que quería enseñarme el lugar para que supiese ubicarme. Me dijo también que tenía que conocer a mis compañeros de trabajo, pero lo cierto es que no me importaba demasiado conocerlos porque no estaba allí para hacer amigos. Mi motivo era poder llevarle dinero a mamá, lo demás me sobraba. Nunca había sido de tener amigos o socializar mucho; no por timidez o pena, sino por el simple hecho de que no me interesaba mucho la gente.

El hombre de treinta y tantos años hizo que todos sus artistas de espectáculo formaran una media luna. Me cogió del antebrazo para hacerme pasar frente a cada uno y decirme sus nombres. La verdad es que en el momento ni siquiera puse atención a todos, no me los iba a memorizar de todos modos. Noté que unos se veían más jóvenes que yo y otros mayores, pero ninguno se distinguía mayor que el jefe, y eso fue lo único que pude resaltar.

Pasamos por delante de un chico acuerpado y que parecía tener la misma estatura que yo, quien lucía una barba impecable, pero una mirada arrogante, o al menos esa fue la que me obsequió al tenerme cara a cara.
     —Mira, Robin. Él es Rodrigo, es el mejor de todos aquí, aunque les duela escucharlo —pronunció Ariel, a lo que los demás bajaron la mirada, apenados.

El tal Rodrigo era guapo, no podía negárselo. Le ayudaba la barba que mencioné, y las cejas de minoxidil bien arregladas que resaltaban de su rostro. Sin mencionar el cuerpo formado que ningún otro artista poseía, y eso le daba porte, aunque él lo hacía ver como un porte de engreído.

Dio un paso al frente y levantó la mirada, orgulloso de ser llamado "el mejor". Se le notaba a leguas que era un presumido de mierda. Aun así, le extendí mi mano para presentarme, él la tomó para apretarla al mismo tiempo que miró fijamente a mis ojos tratando de intimidarme, pero no lo consiguió. Simplemente lo ignoré, pasando con el siguiente compañero.
     —Este es Geovanni. Él es mejor con los trucos de magia —continuó.

Geovanni era ligeramente gordito, pero en la cara no se le notaba demasiado. No tenía barba ni bigote como el otro chico, apenas se distinguían sus cejas porque era un tanto rubio, y lo que más resaltaba de él, eran sus orejas grandes, después descubrí que le llamaban "Dumbo", pero al menos parecía más amable. Fue el único que me sonrió al saludarme; se veía más agradable que Rodrigo. Era más chaparro que yo, pero el tipo tenía su carisma. De todos los que me presentó, él fue el que mejor me recibió, y la verdad es que resolví que no me importaba si no les había caído bien al resto que me había presentado. Comprendía que era amenazante recibir gente nueva, pero mi trabajo no dependía de ser agradable. Iba únicamente para trabajar y poder seguir sacando ebrus para ayudar a mi familia.

Yo, ErróneoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora