Capítulo 40: El Ungido.

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Los días siguieron pasando y pasando, sin tener un poco de consideración con mis emociones dentro del encierro

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Los días siguieron pasando y pasando, sin tener un poco de consideración con mis emociones dentro del encierro. Empezaba a sentirme mal, a querer salir corriendo y huir, a arrepentirme de haberme culpado por la muerte de Julio. Cumplí el primer mes en el centro penitenciario, y durante ese tiempo solo pude ver al Batto dos veces. Todo estaba yendo mal para mí. Sin hablar de la deuda que tenía con Milton.

Milton estaba en la primera planta del módulo dos, mientras que yo me encontraba en la segunda planta. Una de las reglas del centro, era que ningún recluso podía invadir la planta contraria a la que pertenecía. Había excepciones, y una de ellas era para las horas de comida y las horas de patio porque las escaleras del segundo nivel daban a la galería del primer nivel, y esta continuaba a cada área recreativa. La otra excepción era la lavandería porque se hallaba ubicada en la segunda planta, y solo podía ser visitada por los reclusos a los que se le asignara el trabajo de lavandería durante cada semana.

Todos los días hasta la siguiente asignación de tareas, había pasado evitando las horas de patio, me quedaba encerrado en mi celda sin tomar un poco de aire y sol. En las horas de comida permanecí en mi celda y le pedí a Gerardo que me trajera algo escondido en su pantalón de lo que le sobrara a él y nuestros compañeros de mesa. Al final del día terminaba comiendo incluso menos de lo que comí en el calabozo. No podía darme el lujo de tan siquiera toparme con Milton hasta no tener su dinero.

El hambre se hacía cada vez insoportable, y el no salir de mi celda tan pequeña me comenzaba a producir mucha ansiedad. Así que tuve que pedir un ticket de llamada en dirección para preguntarle al Batto si había conseguido hablar con Güido, y así poder dejar de evitar a Milton al pagarle su droga.
     — ¿Me escuchas bien? —Pregunté, alzando un poco la voz porque la llamada parecía entrecortarse.
     — ¿De dónde llamas, Robin?
     —De prisión, Batto, ¿de dónde más?
     — ¡¿Contrabandeaste un celular, Robin?! —Inquirió, casi regañándome.
     —No, Batto, aquí nos permiten hacer llamadas solo con solicitar un ticket en dirección —expliqué—. No tengo mucho tiempo y necesito saber si pudiste hablar con Güido...
     —Hablé con él, me dijo que va a buscar la manera de ayudarte, pero no promete nada porque le va a tomar tiempo —explicó—. Es muchísimo dinero lo que te está pidiendo. ¿No hay forma de negociar con él? Tal vez si es menos, Güido pueda conseguirlo más rápido...
     —Lo que menos puedes hacer aquí es negociar —respondí con aflicción—. No sé qué mierda voy a hacer Batman, estoy asustado. En cualquier momento nos vamos a encontrar y no sé qué vaya a...

El guardia que me supervisaba colgó la llamada sin dejarme terminar, dejándome a medias con la conversación que necesitaba para sentirme un poco más tranquilo. Sabía que el chinito siempre podía ayudarme con eso, tenía el don de hacerme sentir mucho mejor con solo hablarme porque siempre sabía qué decir, incluso cuando no había nada que decir. Batto era ese hombre al que podía ver y escuchar durante horas sin aburrirme, por el contrario, hallaba paz en él, en su sola presencia. Esa fue una de las cosas que me enamoró de él; una de las razones por las que me aterraba perderlo.

Yo, ErróneoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora