Ahí estaba yo, esposado frente a la puerta principal del penal izquierdo del Centro Penitenciario de Fang. Me separaron del resto de hombres con quienes pasé Penitencia en el otro penal. Detrás me esperaban un par de guardias que me llevaron al ingreso de reclusos, donde uno de los reos recibió todas mis pertenencias para guardarlas hasta el día de mi libertad, además de entregarme en una bandeja el uniforme que usaría ahí dentro, incluyendo la ropa interior y los zapatos, después de preguntarme la talla de estos. En Mahorm, todas las cárceles de todos sus estados, obligaban a los reos a trabajar en tareas dentro de prisión para cumplir con un requisito de su penitencia, así todos se ganaban el pan de cada día con el sudor de su frente. Los financistas no toleraban la idea de invertir en alimentación, medicación, energía eléctrica y agua potable para mantener con vida a un centenar de delincuentes.
Luego de conocer al primer compañero de prisión, los guardias me llevaron hacia un salón de gran tamaño que se encontraba casi vacío y que producía un eco escalofriante con cada movimiento. Todo lo que pude distinguir en el sitio fue a un hombre con uniforme formal de color verde militar y guantes de látex, y a otros dos hombres, uno de treinta y tantos, y otro de veintitantos que ya había visto antes. Junté mis cejas y nada me cuadró. Era aquel tipo bronceado que sacrificó su playera para tapar el retrete; playera que de hecho yo llevaba puesta y manchada de sangre. Ambos estaban con esposas en las muñecas, eran otros recluso nuevos. Me paré junto al hombre que ubicaba y este me susurró por el hombro:
—Conozco esa playera, la hiciste mierda.
—Fue un buen regalo —dije con la voz más baja.Me causó un poco de gracia la situación, pero al mismo tiempo me causó intriga. Él había salido al siguiente día de entrar a Torre de Tribunales y nunca volvió. No lo vi en Penitencia ni en ningún otro lugar hasta ese momento. No tenía moretones ni partes de su rostro inflamadas como yo. Parecía que nada le había pasado, por lo que comprendí que tenía alguna especie de privilegio donde no compartió rejas con nadie. No hallé otra explicación.
También vi un par de canastos con letras y números, drenajes en el suelo casi pegados a la pared del fondo y un grifo de gran tamaño que conectaba a una manguera ancha con boquilla gruesa. Algo así como una manguera de bomberos.
— ¿Cuál es tu nombre? —Preguntó el uniformado.
—Robin —respondí, a lo que soltó una pequeña risa.
— ¿Estás aquí por robarle a los ricos para darle a los pobres? ¿Qué te van a dar? ¿Tres meses? —Volvió a reír.Guardé silencio ante sus ocurrencias. En otro lugar me hubiese hecho gracia la broma sobre mi nombre, pero en ese momento estaba en prisión por matar a un hombre; no había nada de gracioso en ello.
—Dame tus muñecas —pidió uno de los guardias que me llevó hasta allí. Lo mismo le pidieron al recluso de la playera, que dijo llamarse Gerardo, y al otro que según entendí, estaba volviendo a prisión después de haberse escapado. Se llamaba Milton. Acto seguido; nos retiraron las esposas, por lo que no dudé en sobarme las muñecas. Después de tanto tiempo con ellas el dolor era irritante.
—Los tres quítense la ropa y déjenla en los canastos que tienen al lado. Verifiquen primero que tenga su nombre y el número que ahora los representa como reclusos —ordenó el uniformado.
— ¿Todo? —Preguntó Gerardo.
— ¡Todo! Quiero ver esos huevos colgando como bombas de árbol navideño.
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Yo, Erróneo
Action[Primer acto de la serie: Ubulili]. Desesperado por su situación económica, por la responsabilidad de cuidar y mantener a su madre convaleciente y a su pequeña hermana, Robin se encuentra viviendo sus desventuras en su nuevo empleo como artista de u...